Opinión

'PERLA'

Siempre me ha llamado la atención aquella máxima latina que sostiene que el nombre es un augurio del propio destino: 'nomen omen'. Y es que, para los romanos, el nombre no era una palabra más, carente de cualquier implicación o consecuencia. Antes bien, para ellos el nombre era una señal o, por así decirlo, un indicio de lo que habría de ser de cada uno. Si traigo a colación esta idea, tan propia de aquella civilización supersticiosa, es porque se revela cierta en el apelativo familiar con el que todos conocíamos a un ourensano de bien que se nos fue hace pocos días y al que, a buen seguro, no olvidaremos nunca: Antonio Lorenzo, 'Perla'.


Desde luego, el suyo era un alias muy característico y, aunque anterior a su persona y debido a otras razones, era especialmente apropiado para alguien de tan extraordinaria valía. Porque, como bien sabemos los que tuvimos la dicha de tratarlo con mayor o menor asiduidad, Antonio era un ser humano excepcional que se asemejaba a esas ostras que, siendo aparentemente como todas las demás, guardan en su interior el más preciado de los tesoros.


A Antonio lo recuerdo desde mi adolescencia, cuando las fotografías todavía se revelaban y él me atendía, siempre sonriente, desde el otro lado del mostrador. Eran aquellos tiempos en que las fotos debían tanto a la química y se positivaban a partir de unos negativos. Y esa era, ya entonces, no sólo la labor profesional de Perla, sino su auténtica vocación: pasar de lo negativo a lo positivo y mostrarnos a todos las cosas hermosas que desfilan cada día ante nuestros ojos. Esas realidades pequeñas y ordinarias, aparentemente nimias e insignificantes, a las que él prestó siempre tanta atención.


La última vez que vi a Antonio fue en la novena planta del Complejo Hospitalario, rodeado de su queridísima familia y de sus grandes amigos. Me emocionaron sus palabras y me cautivaron su sonrisa de siempre, su sencillez característica y la paz con la que afrontaba, confiando en Dios, aquel último tramo de su vida. Quizá por eso, al volver la vista atrás, creo que no fue casual que, de entre todas las habitaciones, le hubiese correspondido una en la última planta. Una habitación, a fin de cuentas, tan cerca del Cielo.

Te puede interesar