Opinión

EL ROSTRO DEL EURO

Esta semana, diez años después de la introducción de la moneda única, Mario Draghi ha comparecido ante la prensa. Pero, contra lo que viene siendo habitual de un tiempo a esta parte, no lo ha hecho para que amaine la tormenta financiera, ni para que las primas de riesgo mengüen al calor de su discurso. Por una vez, y sin que sirva de precedente, el gobernador del BCE ha podido posar relajadamente frente a los reporteros gráficos, mostrándose junto a la imagen de un renovado billete de 5 euros y estampando su firma en el prototipo del mismo.


Ese ha sido precisamente el motivo de esta aparición pública del Sr. Draghi: la presentación del nuevo billete, que incorporará medidas de seguridad adicionales y en el que, más allá de eso, descubriremos por primera vez un motivo humano, la mítica princesa Europa. El euro cambia así su rostro o, por mejor decir, al fin asume uno. Atrás quedan esos motivos arquitectónicos que, hasta la fecha, habían monopolizado la superficie de nuestro papel moneda. Puertas, ventanas y puentes representaban, y siguen representando, la esencia de la Unión Europea y subrayando el afán de entendimiento que mueve a los pueblos que la conforman. Pero, al fin y al cabo, poco o nada son frente a un rostro humano.


El euro rinde así tributo a las raíces mismas de nuestra civilización y hace un guiño a la antigüedad clásica y, más concretamente, a esa Grecia que fue espléndida antes de sumirse en el abismo. Es como si el euro quisiera desagraviar a ese pueblo que tanto ha sufrido por su causa y que no en vano ha estado -y quizá sigue estando- a punto de abandonar la moneda única y de desentenderse, en cierta medida, del proyecto europeo. En suma, el nuevo euro ha venido a recordar muy acertadamente la centralidad, a menudo olvidada, de la cultura grecolatina en la Europa actual.


Ya falta menos para que los nuevos billetes lleguen a nuestras vidas y, por descontado, a nuestros bolsillos. A partir de mayo, al contemplar un billete de 5 euros podremos descubrir unos ojos que nos devuelven la mirada. Esa será, tal vez, la cara más amable de la integración europea, el rostro más afable de la economía única, el gesto más hermoso de una moneda que, en lugar de separarnos, está llamada a unirnos cada vez más. Pero eso será, como digo, en mayo, cuando ya sea primavera.

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