Opinión

SE VENDE CASA

Que nadie se asuste: ni pretendo deshacerme de mi casa, ni convertir esta columna en un anuncio por palabras o, ya puestos, en uno por líneas. De hecho, y lo advierto ya en este punto, hoy ni siquiera me ocuparé de la tan comentada como aborrecida crisis inmobiliaria. Simplemente me limitaré a compartir con ustedes una anécdota que había leído en varias ocasiones y que releí hace pocos días. Aunque si la comparto con ustedes no es por eso, sino porque está preñada de un hondo significado y porque es hermosa, incluso poéticamente hermosa y nunca mejor dicho.


El episodio en cuestión, que se refiere muchas veces como apócrifo y despojado de nombres propios, tuvo como protagonista al gran escritor Olavo Bilac, apodado con toda justicia 'el príncipe de los poetas brasileños'. Un buen día, mientras caminaba por la calle, Bilac se encontró con un pequeño comerciante, conocido suyo, que se dirigió a él diciendo: 'Sr. Bilac, necesito vender mi casa, que usted conoce tan bien. ¿Podría, por gentileza, redactar un anuncio para el periódico?'. El poeta, ni corto ni perezoso, tomó el papel que el otro le extendía y escribió: 'Se vende una propiedad donde, al amanecer, cantan los pájaros en una extensa arboleda. Está rodeada por las cristalinas aguas de un riachuelo. La casa, bañada por el sol naciente, ofrece la tranquila sombra de las tardes en el balcón'. Algunos meses después, el comerciante y el poeta se encontraron nuevamente y éste le preguntó si ya había conseguido vender su casa. Para su sorpresa, su interlocutor negó con la cabeza, mientras decía: 'No volví a pensar en ello. Después de leer el anuncio que usted escribió, me di cuenta de la maravilla que tenía en mis manos'.


Lo que le ocurrió al comerciante es algo que muy a menudo nos ocurre a todos nosotros: no valoramos en su justa medida lo que tenemos e ignoramos las muchas cosas maravillosas que nos rodean: puede ser el canto de los pájaros por la mañana, ese riachuelo que nos regala su murmullo o una sombra refrescante de esas que tanto que se agradecen en verano; puede ser una charla amena, una sonrisa amable o la sola presencia de la gente que nos quiere y a la que queremos... Pueden ser muchas cosas que están ahí y en las que, sin embargo, no siempre reparamos. Cosas que no tienen precio y que, quizá por ello y como finalmente hizo el comerciante de la historia, nunca venderíamos.


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