Opinión

Biocombustible

A propósito de la reunión que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) lleva a cabo en Roma esta semana, procede hacer una serie de reflexiones. En primer lugar, y como hecho palpable, cabe citar la crisis alimentaria que azota muchos rincones del Planeta y que no debe ser considerada como algo ajeno. Es cierto que nuestro entorno más inmediato no existen problemas de hambrunas y deficiencias en la cadena alimenticia pero una simple comparativa con los supermercados de hace un año y, en concreto, a lo que costaba la cesta de la compra, nos da la pista de que algo grave está ocurriendo.


Como siempre, no existe una única explicación y, de hecho, aparecen asuntos de diversa índole como factores justificativos. Entre ellos, sobresalen las dificultades energéticas motivadas por la subida del petróleo y su falta de alternativas razonables. Y es aquí donde aparece de forma paradójica una cuestión que hasta hace muy poco nos fue vendida como la solución definitiva y que ahora se vislumbra según la FAO como una de las causantes de nuestros males. Se trata del biocombustible basado en la obtención de carburantes (etanol o diesel) a partir de la formación de cultivos tales como el maíz, la remolacha o el trigo.


Lo que ha ocurrido es que estos productos agrícolas destinados anteriormente a la alimentación han pasado a dedicarse a usos más rentables (y más especulativos) como los energéticos. Como consecuencia inmediata, se desabastecen sus mercados, se elevan considerablemente los precios y la población se resiente (sobre todo, la más desprotegida). Lo triste de ello es que hacía falta saber muy poco de lógica económica para saber que esto iba a pasar y, sobre todo, que ninguno de los problemas se ha solucionado, ni el energético ni el climático.


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