Opinión

Adiós

Cuentan que no ha disimulado las lágrimas en los últimos días, que se le ha quebrado la voz en varias ocasiones y que prodigaba abrazos a sus colaboradores como si viviera en una prolongada despedida desde que anunció su abdicación. Se comprende. Han sido 39 años intensos, muy duros en algunos momentos, años en los que se ha dejado la piel para que España sea como es, un país democrático y con gran prestigio internacional gracias sobre todo a su rey, aunque por supuesto gracias también al trabajo de los sucesivos presidentes de gobierno.

En el momento del adiós –y en este caso no puede ser un “hasta luego” porque el hijo de D. Juan Carlos ya se ha convertido en rey- le han debido pasar por la cabeza imágenes que forman parte de la historia de España y en las que él fue protagonista. No ha querido participar en el acto solemne de proclamación de Felipe VI ni en su primera recepción como rey porque todos los focos debían estar puestos en su hijo, fue su argumento y no hubo manera de convencerle de lo contrario. Quien le conozca seguro que lo imagina en una sala del Palacio Real siguiendo el discurso de su hijo, orgulloso y con los ojos llenos de lágrimas, en compañía de alguno de los amigos leales que han querido compartir con él unos momentos de emotividad fuera de lo común.

Un adiós con el que pasa definitivamente página a su vida y necesitará encontrar nuevos resortes para iniciar una nueva etapa en la que seguirá muy de cerca las iniciativas de Felipe VI, aunque sin tratar de mediatizarle. Pero estará siempre a su disposición para ayudarle si pide ayuda, asesorarle si pide asesoramiento y, desde luego, ofrecerle como siempre todo su cariño, que es desmesurado aunque no es ningún secreto que han atravesado épocas de distanciamiento que han coincidido siempre con las tensiones matrimoniales de D. Juan Carlos. Sin embargo hoy las relaciones entre padre e hijo alcanzan una intensidad como se ve pocas veces en rey y heredero.

Se va un gran rey y se va un gran tipo, con todos los respetos. Un rey que trabajó con inteligencia, sabiduría y principios por este país, y que demostró agallas en los momentos de crisis. Con puntos negros en su trayectoria personal, pero que nunca afectaron a los intereses de España. Y por los que pidió perdón, lo que le honra. Se va un hombre que se dedicó en cuerpo y alma a defender la democracia, que apoyó sin fisuras a los distintos gobiernos elegidos por los españoles como marca la Constitución, que se ha comprometido personalmente en la defensa de la unidad de España, y que se ha volcado en la preparación del heredero, al igual que Doña Sofía, para dejarnos un gran rey. Algún día, los que hoy abominan de él por su defensa a ultranza de la república, pondrán en valor lo que España debe a Juan Carlos I. 

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