Opinión

Burnout o Miércoles de Ceniza

A esas horas el día se repliega sobre sí mismo. Me doy cuenta porque dormita ya la tarde y la noche enseña su nariz detrás de las celosías, allá al final del paseo por el que camino.

Termina la jornada laboral y observo cómo marchan quienes trabajan en unos u otros oficios. Estarán cansados, pienso, al verlos con sus caras de pocos amigos. El miércoles lo es de ceniza e irán a la iglesia algunos vecinos. Pensar en la ceniza me trae a la memoria aquel tiempo en el que todo era estupendo porque éramos niños.

Me llamaba la atención la cruz de ceniza que les pintaban a mis amigos. El alcalde la llevaba con la dignidad que podía sobre la brillante calva. El jefe de estación, la señora Bernarda, el médico del sanatorio, el mecánico, el carpintero que inventaba las puertas y los armarios para meter los abrigos, mi madre y las otras señoras que se tapaban la frente con el precioso velo de seda, de nilón, de rayón, de algodón, de muselina o batista que siempre dejaban ver el mechón de pelo más bonito, el que les caía ensortijándose sobre el inicio de la espalda.

También me resultaba curioso que pocos se acercaban a recibir la comunión, a confesarse, a cantar en el coro parroquial que dirigía aquella chica tan guapa, tan rubia… esa que tenía una madre gruesa y una abuela venerable. Ah, pero a recibir la ceniza iban todos, incluso los hombres, que yo suponía que no creían ni media y que echaban pecados redondos cuando se enfadaban por una multa, supongo, o por perder la partida con sus iguales. Era… ya lo sabía, el miércoles de ceniza.

Ahora tengo tiempo para pensar un rato después de escribir, pintar, viajar, dar la solución los problemas del país, en esas reuniones de amigos donde siempre falta alguien. Algunos vuelven y les contamos donde quedamos ayer y a otros no se lo explicamos, que se habrán marchado a curar el catarro al cielo con los santos y los ángeles. Ahora, digo, se me ocurre pensar que esta fiesta religiosa de la ceniza, debería declararse de interés turístico nacional.

Porque a eso iba cuando comencé este epítome y me refería a aquellos profesionales que vuelven siempre cansados. No es por falta de hierro o calcio, digo yo, sino porque numerosa gente joven y no tan joven, viven apresados por ese síndrome que llaman de Burnout, los más despejados. Este nombre tan raro significa en cristiano “síndrome del quemado”.

Ese agotamiento físico, pero sobre todo mental, que está unido al mundo laboral del empleado. A muchos empleados de la banca, a otros tantos profesores o profesionales sanitarios, autobuseros o cualquiera oficio en el que te exigen cumplir no sólo el horario sino conseguir los objetivos que te marca el Ceo, la empresa, la madre de perro…el jefe de grupo, el chivato o aquella señora que manda tanto y no la marca…

Quemarse significa que te envuelva la depresión o un estado continuo de ansiedad. La propia OMS en 2019 la reconoció como una de las enfermedades más perjudiciales.

Se queman todos, el conformista, el inseguro, el dependiente y a todos ellos dirán que carecen de autoestima o que es demasiado perfeccionista.

Por eso un miércoles para curar las cenizas de este mundo tan quemado vendría super bien y nos haría mejor curación que benzodiacepinas que se consumen a raudales.

Diga conmigo: Feliz Miércoles de Ceniza.

Te puede interesar