Opinión

El buen salvaje

Hay gente que se cree que los chicos son muy felices y que, de noche, cuando las estrellas son sólo alfileres pinchados en la bóveda del sueño, duermen como troncos. Pues no, yo me despertaba de vez en cuando y me preguntaba si debía ser bueno o malo.

Un día por la tarde. Uno de esos días tan pomposos en los que el sol se posa a lo tonto sobre el tejado de las casas baratas, dijo mi madre que la merienda me quedaba en el cajón de la mesa de formica. Ella, según explicó, se marchaba a la iglesia a confesarse. Yo no sabía eso de la confesión y me explicó, un poco a la carrera, que iba a pedir perdón porque había sido mala.

¡Vaya bobada! Las madres tienen cada cosa… cómo iba a ser mala si daba unos besos apretados que me dejaba los mofletes espachurrados. Entonces me colé en la iglesia y escuché a un señor bastante grueso: “Tenemos que dejar de ser malos y hacernos todos buenos”. No entendí nada de nada. Pues eso.

En el bar de abajo, a eso de las tres y media ponían en la tele en blanco y negro esa serie de “Bonanza”. Estábamos calladísimos mirando aquel mundo que por salir por la tele era cuadrado y lleno de aventuras de vaqueros y de indias muy guapas. A veces las cosas se complicaban y estaban a punto, a punto, de ganar los malos, pero al final… venían de no sé dónde Little Joe, el gordo Jos o Adam y… eran los buenos los que ganaban.

Por entonces estaba decidido a ser bueno… aunque había cosas que no me cuadraban: por qué los malos eran los indios si montaban aquellos caballos bayos y vivían sin meterse con nadie en unas tiendas con rayas.

También jugábamos a los ladrones y los guardias. Siempre había uno despistado que preguntaba ¿cuáles son los buenos? Y los otros se reían y no sé lo que le contestaban. 

Luego, me he puesto a crecer como hace todo el mundo y ya me fui enterando. Por ejemplo, desde la adolescencia me gustaban muchísimo las chicas, muy pudorosas ellas, tapándose con sus libros de matemáticas. A mí eso me parecía muy bueno, pero vino un día el padre de Margarita y con cara de pocos amigos nos dijo:

-No sé qué pintáis tanto tiempo juntos. Espero que seáis buenos.

En el Bachillerato aún no lo teníamos muy claro. Entonces la profesora de filosofía se cogía unos rebotes tremendos: “No os enteráis de nada”, decía. No era tan fácil: Hobbes explicaba que los humanos somos malos por naturaleza. Luego Rousseau le respondía que de eso nada. Que todos somos buenos y empáticos, pero nos hacemos malos al creernos que todo es “nuestro, pero nuestro”. A la postre sacamos en conclusión que nadie es bueno o malo para siempre. El truco creo que está en controlar los impulsos que nos deshumanizan.

Pasando el tiempo he reflexionado, y ahora con esmero, sobre tema de tanta enjundia y fundamento. Me he dado cuenta de que sale más a nuestro favor ser buenos. 

Quien obra el mal sobre otro, ese salvaje, no hace más que dirigir su propia frustración hacia aquel para afirmarse como poderoso. Lo necesita porque sabe de sí mismo que es un infeliz. No se sentirá superior sin destruir al otro.

 Odiar a otro no tiene beneficio alguno, vamos…digo yo. Percibirás que tu enemigo te espera ya en tu propio lecho y dormirá siempre contigo hasta volverte loco.

Por eso… anda… haz un esfuerzo… y sé bueno… ¡caramba!

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