Opinión

Oración del hombre con deportivas blancas

Los veranos debieran acabarse de repente. Como fenece ese ramo de flores que cortaron hace nada y clavaron en el búcaro con un poco de agua del grifo o de la charca. Pero veo que se resiste este calor de octubre como garrapata que se agarra. 

Y no es así, no debiera ser así y convendría que volviese la lluvia pizpireta de la mañana y el frescor de la noche, y tu mirada. Esa que nos vigila con dulzura, para que no nos caigamos como críos sobre los morrillos, las piedras en punta y las galgas. Tu mirada no es otra cosa que un balcón al que se te asoma el alma.

Porque la substancia de tu alma es más que guapa, muchísimo más guapa, fíjate en lo que te digo, que esta caída de la tarde, que se tropieza atolondrada contra las lágrimas vegetales del sauce, ese arbolito de la entrada.

También sonríes este otoño y pones unas nubes que son corderos de cotón esparcidos por el cielo, para que se coman las ganas que tenemos de que pase este cambio climático que nos vuelve del revés los tiempos, los equinoccios, los cauces de los ríos, los senderos que antes fueran los caminos del agua. 

Aunque nadie pregunte ya por ti, ni en las calles, ni en las plazas, ni siquiera en las iglesias con vidrieras acristaladas. Aunque te parezca que ya no pintas nada… ni se te ocurra dejar de venir a ésta que es tu casa. Abundamos de tristezas hechas de hambre de los obreros a los que cierran sus fábricas. Escucharás oraciones en mil idiomas de los que se nos van ahogando en el mar de las mil barcas. Las de los jóvenes rotos por la metralla. Las de las mujeres denigradas. Ah, y tú que puedes, detén el desconcierto de quienes queriendo huir de sí mismos se lanzan al vacío, creyéndolo el infinito, desde su ventana. 

Las pegas me vigilan desde el castaño grande y aguardan con paciencia a que me olvide de recoger algunas manzanas. No recojo las picadas de los insectos, esos okupas majos con alas transparentes o colas tijeradas, o esos bichejos negros que parecen puntos y seguido… sobre las peras de invierno o sobre los melocotones albarinos y naranjas.

A veces, dejo que se apague el día, que todo se vuelva por lo menos gris y me pongo, yo también, a vigilar las blanquinegras aves, a observarlas. Y vienen disfrazadas. Se comen la fruta abandonada y riñen por lo bajo por el poseer la mejor pieza de la plaza. Después sólo tengo que dejar que pase la noche. Que se caiga por el suelo y aparezca el alba. Entonces… ríete conmigo, a mí me hace gracia, al ver a tantas aves durmiendo la borrachera que pillan por la fruta fermentada.

Mira que soy bobo y me pongo a contarte estas cosas mínimas, agrícolas, las cosas que cada día hacen importante el despertarnos por las mañanas. Ya sabes que sólo soy un hombre que camina. Debiera orar como las antiguos mártires y santas, ponerme en tu presencia y contarte cosas sublimes, excelsas y elevadas. 

Tú te mereces una oración de obispos, cardenales, monjes de ringorrango, madres abadesas y papas. Pero hoy no tengo nada de eso y salgo a abrirte la puerta de mi casa en pijama, aún de verano y bambas. Porque a lo mejor te animas y te pasas a darle los abrazos que dijiste habríamos de dar, a aquella gente que va y viene siempre descalza.

Cálzate ya Señor, y pasea por aquí tus bambas blancas.

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