Opinión

Postal de Navidad

Este año percibo cómo se va acercando despacio, avergonzada, la Navidad. No viene como siempre con miles de colores y sonidos salpicando la ciudad. Ahora, a todas esas luces que se atrevieron a encender, las miramos con los ojos casi cerrados, y un pudor desconocido nos va frunciendo el ceño, como si se hiciese común esa sensación de orfandad.

Pero queremos creer en la Navidad, y en los arcángeles colgados de los portales, y en las nubes de algodón pintadas y en los reyes magos y en la pureza de las miradas. Creer en el musgo verde, en los puentes de corcho y en los ríos de papel de plata. Cómo perder la fe si sólo le queda eso a esta humanidad tan despistada. 

Compraremos turrón y mazapán para llevarlos a las mesas, pero tengo la impresión de que van a quedarse huérfanos de cualquier paladar. Sí que cantaremos villancicos con el mejor empeño aunque se nos atragante la melodía en la garganta. Y al escuchar en nuestro reproductor musical “Blanca Navidad” se nos helará la sangre porque se está rompiendo irremediablemente la esperanza. 

Mira que somos tontos o ingenuos, pero ¿qué quieres? Necesitamos  ser niños otra vez. Juraremos que huele, como entonces, a heno, a pan con ajonjolí, y a tiza de las pizarras. Para recuperar los olores que roba la pandemia cuando echa sus garras. Y haremos un barco de papel de periódico y nos subiremos a él y navegaremos todas las marejadas. Queremos navegar los mares de la vida y necesitamos volver a oler las tabernas de los puertos y el candor de las muchachas. El mundo es ahora un barco con las velas rotas. Y el viento nos golpea por babor y estribor y zozobramos. Y la tormenta, toro bravo, berrea sordamente en el cielo oscuro y tenemos miedo, mucho miedo de que se hunda nuestra frágil y vulnerable barca.

Porque este año nos falta gente. Si miramos despacio aún veremos una fila de mujeres, niños y hombres, caminando imperturbables todas las nubes y todos los sueños, avanzando hacia el poniente. Por eso en esta Navidad habrá una silla vacía para recordar que siguen siendo nuestros y brindaremos levantando la copa dorada, por ellos. Renunciaremos, puede ser, a los regalos. Y si nos regalan algo que sea sólo un puñado de cordialidad y si eso…que no lo envuelvan en papel maché sino que nos lo pongan, a pelo, en las alpargatas.

El invierno ya está presto. Sé que cuajará pronto la nieve, como, a veces, cuaja el amor, en la cumbre de la montaña y se hará hielo frío en los regatos y las vaguadas. Caerán aquellos copos y pondrán preciosos los árboles, los caminos, las farolas, los tejados, los cables de la luz, las espadañas de los pueblos, las plazas abandonadas y los gorriones ateridos que se tapan en el nido con los trapos que tejieron en verano. Y todo se pondrá blanco, del color de los deseos.

Y si pasa una estrella fugaz formularemos un deseo al cielo todos juntos aunque sea a dos metros de distancia, sabiendo que se cumplirá hoy o pasada una semana, o que sea el 25 por la mañana: que nazca un chavalín precioso de una virgen guapa, un Cristo trigueño y pobre, en cualquier patera mismo, o en un viejo cartón del súper, pongamos que de Canarias.

Valga esto como mi tarjetón de Navidad. Te deseo, a ti y a los tuyos, lo mejor.

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