Opinión

Raboni

Quieto estabas, cual la nieve, salpicada por la escarcha. Y de esa loncha de hielo que era tu muerte te pusiste a fluir como espuma del arroyo que baja rápida y arrebatada, que busca los recovecos, las grietas de las piedras, para lavarnos con tu agua.

Pusieron los soldados a la puerta de tu cueva congelada. Pertrechados de cascos, lanzas, espadas y armaduras. Fruncidos los ceños, prietos, aguerridas esas caras que demuestran que no podrás escaparte, para hacer tus milagros, y para beber del cántaro de la mujer samaritana. 

Pero el amor fluye siempre, es un perenne manantial, una caricia azul y no puede detenerse. Por ello no pudieron contigo, compañero de la gente, verdad inoportuna si hace falta, Señor del agua, verdadero quita penas, riachuelo, mar redivivo, genuina fuente. 

Quisieron retenerte, pero huiste dejando aquella sábana blanca. Tú el joven de la sábana te fuiste y te quedaste. Y quien hoy quiera verte sólo tiene que asomarse a esta natura que hoy florece, se expande, se enloquece con colores bermellones, azules cobalto, y verdes, verdes, verdes...pues ya no hay muerte.

Verte también en quienes, para imitarte, sin recibir nada a cambio, ayudan a la gente. Llevan una sonrisa al deprimido, un trasplante, un trabajo voluntario para recibir a los que vienen, a los que no saben, a los que comparten las lágrimas por sentirse despreciados, y a aquellos que caminan a trompicones con su alma a la intemperie.

Verte pueden en la mirada de las madres, en los sagrarios que permiten llenarte de besos…en fin…simplemente comerte. Comerte y beberte. Porque cuando uno ama y de verdad quiere, siente esa necesidad de tenerte, paladearte… simplemente.

Porque cómo podremos decir mejor, cómo mejor agradecerte, que te quedes como nuestro pan y vino, comida de pastores, de trashumantes, que eso es lo que somos, simples andariegos, caminantes pasmados de verte de nuevo vivo y reluciente, porque eres Dios y hoy fluyes como un regato cristalino que venciste a la muerte.

Pero…dime dónde estás, dónde te han puesto. Preguntamos con María Magdalena. Y nos respondes hortelano, que el aire acaricia ya las mieses, empuja las nubes, y lleva en sus entrañas la vida que esparce, el polen, la fe, que hará crecer todas las plantas.

Manantial eres, ya lo hemos dicho, pero eres aire que todo lo mueve, un suspiro que se escucha atravesando los sembrados, eres el verdadero sembrador, el cordero blanco, el que nos ha rescatado del olvido, de una vida inerte.

A veces pretendemos, deseamos detener la fuerza del amor. Detener la suavidad de tu querer, esa blandura, esa piedad, esa predilección por la gente que apenas posee otra cosa que el hambre, la sed y la amargura.

Raboni, Maestro, enséñanos siempre a leer en el rostro del hermano, del que te busca entre el gentío, del que, mirándote a los ojos, pese a todo, no puede verte. Enséñanos a escribir en el cuaderno de la vida las palabras redivivas: compartir, comprender, perdonar, hacer la paz y no la muerte.

Bienvenido a nuestra posada, a ésta, destartalada, vieja, desvencijada…a este ruidoso mundo, en el que estamos…Bienvenido, de nuevo, pues te empeñas en que sea tu propia casa y tú … el hortelano de nuestro huerto.

Pero…dinos dónde estás. ¿Dónde te han puesto?

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