Opinión

La secta de los pasmados

La señora Federica, mi vecina del tercero, es mi fan. Yo la aprecio mucho porque lee cuanto escribo. Hoy me ha dicho que como soy tan “fatimero” escriba sobre el día 13 y sino sobre el 18, día de la Ascensión. Y voy y escribo.

Después de la cena merecía la pena dar un paseo. El viento era minúsculo y les acariciaba los pies recién lavados. La luna aún no era una rueda blanca. Dentro de nada sería una mancha de plata.

La primavera en las cercanías de Jerusalén, se percibía por aquel grupo de hombres en sandalias, como una caricia sagrada. Una terneza hecha por las manos de quien construyó el universo con sus constelaciones, los planetas, las nubes de polvo, la luz y el tiempo… o las cosas selectas como la suavidad de la lana de los corderos que ahora balaban y ponían en el aire un quejido extraño, una tonada… un aviso de que se estremecería el mundo mañana por la mañana.

Como aún quedaba una pizca de luz de aquel abril recién estrenado, aún se hacían visibles los árboles ornamentados, elegantes con aquellas flores en las que explotaba como una pompa la tarde adormilada. Al pasar el riachuelo Cedrón que brillaba como una cinta de seda azulada de esas que se ponen las jóvenes para bailar en la plaza, comenzó a nevar sobre ellos un montón de pétalos blancos de aquellos tres cerezos que se despeinaron para acogerlos cuando pasaban. El joven de la barba y la túnica alba ya no hablaba y ellos le miraban atentamente para no perderse la Palabra. 

Me gustaría dejar esta historia aquí mismo y no contar nada. Sería una narración perfecta con preámbulo, unos hombres que caminan y una conclusión de brisas agradables, de amigos que cenan juntos y luego dan un paseo que se termina en el huerto aquel en el que las floraciones de los olivos huelen a aceite y mermelada.

Pero ahora mismo, allá más lejos se escucha el follón, los golpes de hierro, las carcajadas. Y otros hombres avanzan en pelotón y son muchos, un escuadrón, un batallón de miedos y de estacas. Vistos así no podríamos suponer que vienen a pedir un beso. 

-¿Vienes a entregarme y me besas? ¿Valoras mis besos en treinta monedas niqueladas? 

Dejaré que sea Marcos 14. 51-52 quien resuma esta historia:

-“Cuando le prendieron… aquel joven se les escapó desnudo y les dejó en las manos sólo una sábana blanca”.

Muchos se preguntan quién era ese joven. Dejen que lo suponga: el joven que cuenta Marcos no es sino el Mesías ya resucitado. Marcos le llama joven porque Jesús es plena potencia. Se va desnudo, puro, despojado, desguarnecido y desvestido, humanidad y divinidad, abandonado de los suyos y descobijado.

Y todos nos hemos quedado mirando al cielo pasmados. Se nos ha quedado la cara de bobos porque esperábamos un rey de los de aquí abajo. Miren en qué teníamos las esperanzas.

-Galileos… qué hacéis mirando al cielo. El señor vendrá un día, pero pónganse ya a amar a lo loco a los desarrapados y a los mendigos de la esperanza. 

Y se me ocurre que esa es la auténtica Iglesia del joven fotografiado en la sábana de Turín. Toda otra que sólo se mire el ombligo creyendo que mira al cielo, puede que sólo sea la Secta de los Pasmados.

María de Fátima, esa mujer empoderada, parió un adolescente de luz y amamantó al joven de la Santa Sábana.

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