Opinión

En un tris viene la primavera

El invierno se va apocopando. Ahora aún podrá herir la tierra con su zarpa de hielo, pero ella insensible a tanta furia extiende con parsimonia su capa verde y peluda. Primero imperceptibles y luego más claros, van apareciendo sobre ella los botones de oro. Sólo es preciso fijarse bien. 

Hace ya días que las mimosas nos muestran apretujadas su ictericia. Que las avispas rasgan su guitarra de rayas también amarillas. Que los días se alargan y alargan como el suspiro adolescente de una muchacha.

Ahora mismo un sol precioso baja rodando por las laderas de la cañada. A veces mete los pies en los regatos y entonces resbala, espejea y casi se ahoga en los remansos de las aguas cristalinas que acaba de parir la montaña. Hace nada era pura nieve blanca y ahora es un simple cristal derretido, que se junta con sus iguales y ya serán tantos y tantos que les llamaremos “rio”. 

Voy subiendo esto que es poco más que un camino con una costra de chapapote, un poco más que un sendero bonito en el que los poetas escribirán los versos de los amores y los “te quiero”, esos poemas que nacen cuando el alma se abate como un jabalí gris que hocica una y otra vez herido por las flechas del cazador Cupido. Mientras camino el aire me penetra en los pulmones por esta nariz con la misma decisión que se adentra un eirá en el toco de un conejo. Aún así huelo a tomillo, a las flores rosas del almendro que me saluda hermosísimo apoyándose en la barandilla de pedruscos mohosos, y perfectamente vestidos de sus líquenes y sus musgos. 

Un pajarillo brinca en el suelo torpemente caído de su nido. Lo recojo en la mano. Lo miro y lo admiro. Cómo no admirarlo si apenas nacido lucha por remontarse en el cielo mientras yo ya medio viejo aún no lo he conseguido. El aire es una caricia maternal, a lo mejor sólo un suspiro que tira hacia arriba los sépalos de tantas flores que están a punto de nacer silenciosas y sin hacer ruido. Eso me llama la atención. Cuando los humanos hacemos algo, aunque sólo sea una pequeña cosa, llamamos a los notarios, a los predicadores, a las fanfarrias y se llenan de palabras digitales, de murales, todas las plazas. Es decir, todo lo hacemos a voces, con estrépitos y chillidos.

En cambio, cuando Dios hace algo, pongamos una primavera, se pone las zapatillas de no hacer ruido y pone en “off” todos los sonidos, para que nadie se dé cuenta, para que no parezca un milagro sino una pura casualidad, un “mira qué bien”, un “bueno… en el año 2023 también la hubo”. Y nos la deja aquí, nos la va a dejar y se irá, sin más ni más, como un actor secundario, y entonces hará “mutis” en un descuido.

Los creyentes saben que Dios nos mira, pero suponen que desde lejos como un présbita. Pues no, está aquí mismo a tu espalda y te tapa los ojos con sus manos agujereadas mientras te pregunta como un niño que juega: “adivina ¿quién soy?” Y entre los dedos que se abren poco a poco le descubres en esta primavera dolorida y esperanzada.

Y será primavera, ¿sabes? Y alguien pondrá una maceta con pensamientos en tu ventana o un arpegio de margaritas recién cortadas. Y no dirán más porque es el tiempo de los silencios. Pero tú, madre, amiga, amigo del alma, pareja, esposo o nada de nada… entenderás que te quieren esta mañana.

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