Opinión

Orense - Entrimo

Esto es lo que ponían en su frontal, en letras grandes y en el obligatorio castellano de la época, los autobuses del "Auto industrial" que cubrían la línea en los años cincuenta del pasado siglo, entre nuestra capital y Entrimo, población ya muy cercana a la frontera portuguesa. Estos autobuses eran los que veíamos pasar los niños de Bentraces por la carretera de Celanova y eran prácticamente los únicos vehículos que circulaban por ella en aquellos tiempos, le llamábamos el "coche de línea" y era la comunicación que teníamos cuando “bajábamos” a la ciudad esperando en muchas ocasiones tanto tiempo en su parada que podíamos haber llegado perfectamente caminando los siete kilómetros que hay de distancia, pero en aquella época lo de andar, correr o vecinos estaba muy mal visto, solo corrían "os tolos" como el "Salero" que no paraba de brincar por las “canellas” de un lado para otro. Tardaron muchos años en aparecer las zapatillas deportivas y sobre todo la mentalidad de practicar deporte; eran tiempos en los que primaban los cuidados del alma sobre los del cuerpo; el estar en buena forma física, hacer gimnasia, correr o hacer tableta, llegó mucho más tarde, demasiado tarde; lo de tener un buen cuerpo, ya no digamos “cuerpa”, podía tener muchas contraindicaciones y consecuencias imprevisibles en aquella época de los pecados capitales, los peligros de la carne y la condenación eterna en los infiernos. ¡Ay Señor, Señor¡

Fue una pena que, cuando casi no había coches por las carreteras, a los niños de entonces no nos enseñaran a caminar, es más, nadie hablaba en aquellos tiempos del camino de Santiago, ni de marchas con mochila, senderismo, andainas, ni cosas por el estilo; nada, nada, andar a pié no molaba, el que caminaba es porque no tenía bicicleta, sencillamente, tampoco el caballo, a diferencia de otras zonas, estaba considerado en nuestra tierra como un medio de transporte prestigiado, reservado prácticamente a los tratantes de jamones (perniles) de Dacón.

Los niños de Bentraces corríamos detrás de aquellos lentos autobuses cuando subían por la corta recta del pueblo en dirección a Loiro, y el humo que desprendían los escapes de sus motores de gasolina nos parecía un sublime y penetrante perfume ya que de aire limpio y descontaminado estábamos a tope. Esta era la distracción preferida del día que rompía la monotonía de nuestros juegos infantiles que principalmente consistían en deslizarnos por la pendiente que descendía desde la iglesia hasta la carretera en unos “carritos” con ruedas de viejos rodamientos que construíamos con tablas y tornillos que no sé por donde aparecían. Aquellos juegos fueron nuestro primer contacto con la velocidad y la conducción, por eso no tuve ningún problema, ya tenía sobrada “antigüedad” y experiencia, cuando con doce años me escapé con el “Biscúter” (un mini coche descapotable con motor de moto que se fabricaba por entonces) de mi tío Serafín, el cura de Barbadás, regresando sin novedad después del recorrido que me marqué por El Puente y alrededores y que fue seguido con ansiedad y asombro por familia y vecindad que habían quedado esperando alarmados mi regreso, convencidos de que aquel niño no volvería entero de aquella furtiva excursión. Después vinieron los turbos, las diez y seis válvulas, los híbridos, la doble tracción y Estanislao Reverter, pero al final veo que todo había comenzado con los “carritos” de Bentraces.
 

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