Opinión

Yo también era ingenuo


Bueno, tal vez lo siga siendo y de este modo sería más ajustado decir que ahora lo soy menos, porque la ingenuidad va siempre unida a la esperanza, cuando nos ponemos a pensar que la vaina ésta de la vida pueda tener arreglo. Como sabemos, la esperanza es lo último que se pierde pero, con el paso de los años, tendremos que reconocer que, tanto la ingenuidad como la esperanza, van perdiendo posiciones, dando paso al escepticismo y a la incertidumbre.

Porque ya no esperas que el mudo en el que vives vaya a mejor y has perdido la esperanza de que tus hijos vayan a vivir en una sociedad más justa y más civilizada; ya no esperas que desaparezcan para siempre las amenazas de guerras y catástrofes producidas por los habitantes de nuestro planeta; ya no esperas que remita esa mierda de imbecilidad que día a día va ganando altura, hasta el punto de que, con demasiada frecuencia, compruebas que se puede vivir perfectamente de ella, es decir, de ser imbécil, o “imbécila” (¿por qué esta discriminación genérica, que no permite el modo femenino?).

Pero sigue habiendo ingenuidad y seguimos organizando cumbres climáticas, disparando cohetes tratando de desviar la trayectoria de un meteorito o haciendo campañas contra la violación de las gallinas por esos estúpidos gallos que, para más coña, en lugar de fumarse un cigarrillo al terminar la faena se ponen a cantar como si nada, los muy gilipollas. ¡Kí qui ri Kí!

Sí, sí, ya sé lo que está pensando, amigo lector, o lectora, en este momento: ya está este imbécil del Ramón liándolo todo y mezclando el clima con las gallinas y las churras con las merinas. ¿Qué tendrá que ver la cumbre sobre el clima que se está celebrando estos días en El Cairo, con el cohete disparado tratando de desviar la trayectoria de un meteorito, o la deprimente forma, para las gallinas, a nuestro entender, que tienen los gallos de montárselo de una forma tan incómoda con su sufrida compañera? 

Pues verá Vd., amigo, amiga, aunque son muy distintas estas actuaciones humanas, todas tienen algo en común: intentar corregir a la naturaleza, decirle lo que tiene que hacer con la temperatura de nuestro planeta, cómo tiene que organizar los períodos de sequía y de inundaciones, las glaciaciones y los tórridos calores, o cómo tienen que ser las órbitas de los meteoritos que nos circundan, o cómo deben comportarse los gallos con las gallinas. ¡Vaya por Dios!

Y aquí es donde entra en juego la ingenuidad de los que detentan el poder en el mundo, al pensar que todo está en sus manos, que todo lo pueden solucionar: unos a base de convenciones, dinero, decretos e imposiciones y otros, a base de operaciones especiales, invasiones, misiles, cañonazos y muertos. Todos saben cómo arreglar el mundo; desde los del “sí se puede”, “ no pasarán” y “volveremos a hacerlo”, hasta la intransigencia de los clarividentes. Entre unos y otros, la gran cagada de siempre. 

Nadie puede negar que nos encontramos ante un cambio climático, esto es evidente, aunque pueda existir quien lo niegue, como puede negar que la Tierra es redonda; lo que no es tan sencillo y evidente es que esté en nuestras manos, pobres manos, el hecho de poder evitarlo, por la sencilla razón de que el cambio climático existió siempre e incluso más drástico, desde la noche de los tiempos, y por lo tanto, creo que es muy ingenuo pensar que lo vamos a solucionar sustituyendo los coches de combustión por los eléctricos y organizando cumbres gigantescas, donde los participantes acuden con sus aviones contaminantes y donde se van a emplear muchos millones que bien se podrían destinar a limpiar los mares y océanos de plásticos.

Lo que pretendo decir es que el cambio climático es patrimonio de la naturaleza, Dios, el destino o así, como los terremotos o los volcanes que, de momento, no organizamos cumbres para combatirlos, pero todo se andará. Esto no quiere decir que los humanos no podamos hacer nada, se puede, de verdad, podemos, pero es como en la vida, podemos cuidar de nuestra salud, ser prudentes, comer sano, no fumar, pero, parodiando a nuestro presidente Sánchez, en aquella famosa entrevista: ¿de quién depende la Fiscalía? Diga, diga. En nuestro caso, querido amigo/a, ¿de quién depende la vida? Dime, dime. 

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