Opinión

Castro sucede a Castro

Último vestigio de la guerra fría, Fidel Castro, de 81 años, cada vez más depauperado físicamente según le vemos por televisión, ni sombra del enérgico tribuno y orador incansable que plantó cara al país más poderoso del mundo durante medio siglo, disminuido por el cáncer, anunció el pasado 19 de febrero su renuncia a los cargos de comandante en jefe y de presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba por medio de una nota publicada en el diario Granma. Era una ingenuidad rayana en la estupidez creer que su mutis de la escena iba a abrir una transición democrática en la isla caribeña. Heredó dinásticamente el poder su hermano Raúl Castro, de 76 años, un viejo comunista al que el concepto de democracia le resulta ajeno. El nuevo presidente de Cuba y su entorno se disponen a perpetuar erre que erre la dictadura. No volverán, pues, las libertades a la isla, hace demasiado tiempo que están en desuso. Nada cambia, Castro sucede a Castro.


’La democracia es el peor de los regímenes a excepción de todos los demás’, según la consabida fórmula de Winston Churchill. ¿Por qué regla de tres los cubanos no van a tener derecho a la democracia? La verdad, es que ahora mismo la cosa no parece lo más urgente en La Habana donde lo que apremia es tratar de encauzar los acontecimientos después del relevo. Los primeros síntomas son tranquilizadores, La sociedad cubana recibió estas noticias con gran calma según las crónicas, átona y carente de nervio, sin resortes democráticos.


Mientras tanto, Fidel emprende la última vuelta del camino. Va a ser uno de los pocos dictadores que se queda a contemplar su propio ocaso. Para el carismático caudillo es un adecuado final, sólo le venció la edad y la enfermedad. Tuvo días fastos como la esperanzadora llegada al poder desde las montañas de la Sierra Maestra o el rechazo de la invasión de Bahía de Cochinos, ilusionó a la izquierda mundial, pero acumuló después decisiones erróneas y días nefastos. No le importó, por ejemplo, mantener con mano de hierro durante generaciones enteras a su pueblo sin libertades, en una situación de penuria colectiva, privado de lo más elemental, por perseguir él, Fidel Castro, fanáticamente la revolución con R mayúscula, una utopía perversa inalcanzable. Supo sacar partido del enfrentamiento Este-Oeste, ofreció Cuba a la URSS como base de misiles a pocas millas de las costas norteamericanas y estuvo a punto de provocar con ello la Tercera Guerra Mundial en 1962. Más tarde se mantuvo durante décadas a trancas y barrancas aferrándose a la URSS mientras ésta pudo ayudarle, después a China y últimamente a la Venezuela de Hugo Chávez. Ahora se dispone a pasar a una nueva etapa: el castrismo sin Fidel Castro. La sucesión del líder máximo abre más que nunca una incógnita en la coyuntura política americana, los EE.UU. eligen este año a un nuevo presidente y el candidato con más opciones según va la campaña, el afroamericano Barack Obama, habla de suavizar el embargo impuesto por Norteamérica a Cuba desde 1961, que castigó al pueblo cubano sin conseguir hacer saltar al dictador. Y ahora con Raúl, vuelta a empezar. El régimen castrista se crispó, se cerró aún más; gerontocracia e intransigencia conforman la actualidad en Cuba a finales febrero de 2008.

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