Opinión

Moderación en Serbia y suspense en Kosovo

Ante todo, dos noticias que producen cierto alivio en los resultados de los cruciales comicios que acaban de tener lugar en Serbia. La primera, que los serbios han votado en las elecciones presidenciales a favor de acercarse a Europa y alejarse del área de influencia de Rusia; la segunda, que el sentimiento nacionalista atávico e irracional da un paso atrás en los Balcanes, donde sólo hace unos años, en época del infausto presidente y dictador Slovodan Milosevic, se produjeron las peores matanzas étnicas de la historia reciente. No sin dificultad, la democracia le va ganando la partida a los nacionalismos que erizaron Serbia y estallaron en las sangrientas guerras yugoslavas en los años 90. Ya estamos en una nueva etapa, crucemos los dedos. Serbios, croatas y bosnios que se saltaron a la yugular provocando un baño de sangre sólo hace unos años, se han moderado y la última prueba la proporcionan estos comicios en la mayor, más poblada e influyente de las naciones balcánicas. El pueblo serbio se volcó en las urnas con una participación de más del 67% para demostrar de forma determinante que ha decidido tomar cartas en el asunto. El presidente Borís Tadic, del Partido Democrático, sólo consiguió una raspada mayoría de medio punto, pero en definitiva ha sido refrendado, es la regla democrática. El derrotado aspirante al puesto, Tomislav Nikolic, del Partido Radical, perdió en buena lid en un país de voto dividido en dos, como tantos otros en Europa, tironeado entre un esperanzador futuro dentro de la Unión Europea y un pasado de alianzas paneslávicas inciertas.


¿Qué resta de la Yugoslavia mantenida unida con mano de hierro por Josip Broz Tito durante tres décadas hasta su muerte en 1980? Seis países distintos, celosos de su independencia, que se extienden a los pies de la cordillera balcánica como una tela de retazos y que prueban la tendencia actual a la atomización de los antiguos estados. Eslovenia, el más desarrollado de ellos, ya es miembro de la Unión Europea y los demás pugnan por serlo, claro está. Déjenme recordarles que los nacionalismos en los Balcanes o en cualquier otra parte son como los juegos de muñecas matrioskas rusas, que se encastran una en otra. Por ejemplo, detrás del nacionalismo de Serbia aparece el de Kosovo con el que rivaliza en empecinamiento y cerrazón. Así, esta provincia autónoma serbia de población similar en número a la de Galicia, aspira a la independencia y, suspense, anuncia que la obtendrá en breve. EEUU la aprueba abiertamente, la Unión Europea se muestra comprensiva con tal pretensión, pero Rusia, tradicional aliado de Serbia, apelando al derecho internacional, se opone a la creación ex novo de otra nación en los Balcanes; y dispone de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Para mayor complejidad, Kosovo es la cuna histórica o legendaria de la nación serbia. Y aún más, la población de este enclave pobre y sin salida al mar es de mayoría musulmana y de origen albanés en un 90%. Como acabamos de ver, de los enredos territoriales de la antigua Yugoslavia, éste resulta el más intrincado y enrevesado. Que ya es decir.

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