Opinión

Puertas Afuera. Otro país de los mil peligros

Kosovo, Paquistán, Irán... hay muchos focos de tensión con

riesgo de convertirse en teatro de la próxima guerra al este de Europa en esta

inestable parte del mundo, pero parece adelantarse a todos ellos Turquía por su

conflicto irresuelto en Kurdistán, de nuevo al rojo vivo. En efecto, las autoridades

de Ankara, la capital turca, están a punto de lanzar una operación de castigo

contra las bases de la guerrilla que ha levantado en el vecino Iraq desde 1984

el grupo armado Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK), parapetado en las

escarpadas montañas del norte de esta región de Asia Menor situada para

nosotros al otro lado del Mediterráneo... Échenle un vistazo al mapa: Kurdistán

no existe, nunca ha conseguido tener fronteras propias como estado, es un país

virtual unido sólo por las costumbres y el idioma kurdo, partido entre cuatro

pueblos de lejano origen indoeuropeo, va a contrapelo de la historia. Si creyéramos

en supersticiones, diríamos que está gafado, tiene mal fario, poca suerte. En

caso de que usted quiera analizar por interés o curiosidad un nacionalismo enrevesado,

enmarañado, de superposición de pueblos y etnias, ahí tiene el del territorio

de Kurdistán, desmembrado en trozos: uno en Iraq de gran autonomía; otro en Turquía,

sin libertad alguna; otro en Irán, y otro más en Siria, todos ellos problemáticos,

un racimo de nacionalismos a cara de perro. Kurdistán es un embrollado nudo gordiano

digno de estudio situado a orillas del Mar Negro.

 Ahora bien,

Turquía, que se halla geográficamente en la península de Anatolia, entre Asia y

Europa, ha hecho saber que aspira a entrar a medio o largo plazo en la Unión Europea,

forma parte de la OTAN, es un estado laico desde que lo fundó Ataturk en 1923,

y está considerado actualmente como un valladar contra el islamismo radical. Pero

-y es un pero importante- presenta una complicación suplementaria por si fueran

pocas las explicadas. Pende sobre este país dual, moderno y arcaico a la vez, el

genocidio de cientos de miles de armenios a manos del Imperio Otomano a

principios de la Primera Guerra Mundial, que acaba de ser condenado por la

Cámara de Representantes de los EE.UU. en contra de la opinión del presidente

Bush, que mima a Turquía como una aliada estratégica clave en la zona. En un

último intento de evitar esta guerra que viene -guerra interna, pero guerra al

fin-, la administración norteamericana envió a la secretaria de Estado, Condolezza

Rice, para tranquilizar al actual presidente turco, el islamista moderado

Abdula Gül, y al primer ministro, Tayyip Erdogan. Ello no obsta para que la

situación quede en tenso suspenso y convierta a Turquía hoy en día en otro país

de los mil peligros.

 

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