Opinión

El edil se equivocó de dama

Andábamos por el año 1952, cuando se inauguraba la nueva Estación Empalme, que sustituía a la vetusta, sita también en el barrio de A Ponte, que daba servicio en la línea Monforte- Vigo. Esta, la nueva, sería años después la más importante de Galicia, en cuanto se pusieran en marcha las líneas Medina–Vigo, y Ourense–antiago.

Un acontecimiento de esa índole, una inauguración tan sonante, no podía ser otro si no el Caudillo quien corriera la cortinilla de la placa conmemorativa; y así fue. Llegó aquí el día señalado para el magno acto con un enorme séquito en el que incluía a su propia esposa acompañada a la vez de otras ilustres señoras. La llegada a la estación de Su Excelencia la hizo por tren, creo que procedente de Santiago de Compostela por la línea que también en la práctica se ponía en marcha aquel día.

Quiero hacer mención al gran despliegue de fuerzas del orden, entre las que se incluían (me quedó gravado) un escuadrón de Policía montada en unos enormes caballos, que mantenía a la multitud aclamadora en su sitio, en la explanada exterior de la estación. Que hubiera mucha gente para vitorear a Franco “era obligatorio”, pero ojo, que no se propasasen en la aglomeración de espera, que no molestasen a los ilustres huéspedes inauguradores.

El caso es que por fin llegó el engalanado tren a todo pitar, con la máxima autoridad del Estado al frente. Los andenes a pie de vía en el interior de la estación, llenos a rebosar de “personal seleccionado” civiles, militares, eclesiásticos, corporaciones etc.; la gente de a pie, en la explanada.

El primer pláceme se lo presentó a pie de vagón el excelentísimo gobernador civil Sr. Ibisarte-Gorria, flanqueado por el señor Valencia como alcalde de la diudad, además del gobernador militar, jefatura del Movimiento Falange y otros.

Como el Caudillo acudía a Ourense también acompañado de de su señora, además del extenso sequito, a ésta como es natural había que agasajarla al apearse del convoy con un ramo de flores, ante el numeroso público de elite. Y en este caso el portador del ramo para Doña Carmen parece que tenía que ser el alcalde, según el protocolo de aquella época.

Hasta aquí todo normal; las previsiones, los preparativos, la nerviosa espera de las autoridades; nada era improvisado. Franco creo que era la primera vez que nos visitaba (aún no se habían empezado a inaugurar las presas hidroeléctricas que con posterioridad tanto juego darían en visitas a la provincia). No podía fallar nada.

Se detiene el tren y suena el Himno Nacional; todos quietos y muchos brazos en alto. A continuación baja Franco y los saludos de rigor. El señor Valencia hace entrega del ramo a la señora del jefe de Estado. Lo malo fue que el alcalde se confundió de dama (tal vez presa del nerviosismo del altísimo compromiso) y se lo entregó a la esposa del titular de Obras Públicas, es decir a la mujer del ministro, que también venia en el séquito.

Ya no había vuelta atrás. No se le podía decir: “Devuélvame las flores que no eran para usted, que eran para Doña Carmen”. Como que quedaría un poco feo.

Seguramente fue el mayor apuro que el edil pasó en su vida. A pesar de que se habría meditado, preparado y ensayado con la debida antelación tan importante acto protocolario. El atolladero estaba servido; al mandatario de la ciudad se le iluminó entonces la mollera y rápidamente reaccionó. Y no le salió mal del todo; cerca de por allí andaba Eladio Diz, que a la sazón parece que congeniaba bastante con el edil; lo atrapó casi al vuelo y en un par de frases le contó, temblando, la monumental pifia. Había que hacerse con otro “agasajo floral”, pero próximo a la estación no había esa posibilidad, por que las autoridades locales habían decretado cierre comercial aquel día por el acontecimiento. No había floristerías, e incluso ya no sería el momento de hacerle entrega del mismo a la Ilustre Señora.

A pesar de todo, Eladio hizo el intento de ir al centro a buscarlo, aprovechando la confusión debido a los prolongados saludos entre tal cantidad de autoridades. En un coche de la Policía Municipal, salió “descentellado” hacia una floristería en que fue atendido pidiendo: “¡Un ramo rápido… rápido… para Doña Carmen!”

Cierto es que con tanto pláceme de unos y otros en el andén, la Señora Polo parecía como que no se había dado cuenta del desaguisado (digo “parecía”, porque con lo vivaracha que era). El regidor municipal había producido un fiasco involuntariamente, pero aunque con un poco de retraso… Doña Carmen tuvo su "merecidísimo" ramo.

Con el esquema de esta historia que hoy publicamos en Ourense de Ayer, quiero transmitir a Eladio un saludo. Ha sido sin duda parte importante en la curiosa anécdota de la inauguración de la Estación Empalme.

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