Opinión

LO MEJOR DE UN AÑO 'HORRIBILIS'

El 31 de diciembre intentaré despertarme con la mejor de mis sonrisas, levantarme con el pie derecho, tal y como me aconsejó que hiciera mi querida Lina Morgan, cumpliendo por la noche con toda la superchería habida en el mercado de la ilusión: ropa interior roja, una cucharada de lentejas inmediatamente después de la cena, las 12 uvas, el anillo en la copa de cava, y como traca final abriré las ventanas de par en par para que salga toda la rabia que he acumulado a lo largo de un año que voy, vamos, a recordar por mucho tiempo, con la esperanza de que el que viene nos traiga alguna alegría, alguna ilusión, alguna paguita extra que nos ayude a sortear la crisis sin tener que acordarnos a diario de la parentela de la Merkel y de su estilista.


Mientras llega esa noche, voy a intentar memorizar todo lo que he aprendido en estos 12 meses, y que prometo no olvidar para evitar que cuando todo esto haya pasado, cometamos los mismos errores que nos han llevado a la difícil situación en la que nos encontramos.


Porque yo no sé si usted querido lector o lectora pensó en algún momento que había tantas personas dispuestas a ayudar a gente a la que ni siquiera conoce, algo que para mí ha sido una sorpresa mayúscula. Y no la única, porque tampoco creí que tantos médicos, enfermeras, sanitarios en general se iban a jugar su puesto de trabajo, y parte importante de su sueldo, por defender una Sanidad Pública que ha sido la envidia del mundo, que nos pertenece, y que la Comunidad de Madrid va a vender sin que sepamos en qué condiciones, y por qué razón los cambios que exige la nueva situación económica no se pueden hacer desde dentro sin necesidad de ceder todo lo que con tanto esfuerzo hemos costeado.


O que los maestros, los profesores, se verían obligados a dar un toque de atención al ínclito ministro de Cultura sacando las aulas a la calle, para ver si de esa manera dejaba de pavonearse y prestaba más atención a los que no pueden costearse una escuela, o una Universidad privada.


Pero siendo todo esto importante, lo más novedoso y sorprendente ha sido que pese a las numerosas manifestaciones que cada día tienen lugar en las grandes ciudades, el balance de la violencia haya sido cero, habiendo como hay tantas razones para la desesperación y la locura. ¿O alguien piensa que todos esos derechos que cada día se van por el sumidero de la crisis, volveremos a recuperarlos? No, por una sencilla razón, porque los políticos que toman las grandes decisiones saben que la mejor receta es inocular el miedo en el cuerpo de los que aún tienen algo qué defender, algo que perder, sin darse cuenta de que esta política de tierra quemada tarde o temprano nos afectara a todos, también a los que hoy toman decisiones que no traen más que dolor, miseria, y un futuro incierto para la mejor generación de jóvenes que ha dado nuestro país.

Te puede interesar