Opinión

¡Calienta, que sales!, Pedro

Si todo amanecer nos finge un comienzo, todo atardecer es un puerto. Acabadas las sesiones, con sus correspondientes votaciones, para la investidura de Feijoo, este llegó a puerto con un intento fallido en su objetivo, pero, soy de los que diagnostica, con una victoria política sin paliativos y la clara exposición de un modelo de España. Así, mientras el aspirante a la investidura no sólo se le supone, sino que puso el valor, y no sólo para presentarse en el Congreso haciendo un llamamiento a un gobierno previsible y útil, un gobierno de derechos y deberes en condiciones de igualdad para todos los españoles, sin embargo el presidente en funciones hizo la función de “mudo” y mandó al telonero de turno con el propósito de embarrar el terreno. A la espera de cómo va a resultar la negociación final de la amnistía y el referéndum, que le exigen y chantajean sus socios independentistas, Pedro se siente incómodo, calentando pupitre. Dos maneras encontradas de exponer y negociar el futuro gobierno de España. Los que se sienten españoles –mayoría- sabrán valorarlo.

Llegado a puerto Feijóo, comienza el amanecer para Sánchez; este tiene que salir del paralizante mutismo y le llegó la hora de que el míster, cual buen entrenador físico, le diga que es hora que deje de calentar pupitre y salte ya: ¡Calienta, que sales!, Pedro. Y a continuación le aconseja que negocie, juegue como acostumbra y sabe hacerlo, sin complejos, que tienes el descaro para hacerlo, Pedro. Y si hay que reeditar un Frankenstein 2 se hace sin problema, no sales del guion, Pedro. Muéstrate natural, tal cómo eres y después, al final, decimos lo que más convenga, que ya todos saben, ¡y se lo creyeron!, que ante las mentiras dichas las justificamos de cambios de opinión, debido a las circunstancias.

Se quejaba un escritor francés sobre los admirables progresos que hace la incultura en el mundo. Y tal como concibe la política Pedro Sánchez, demostrándolo con creces, la incultura política es la, siempre pronunciada y autodenominada llamada cultura progresista, que lo admite todo, siempre que se salga del guion ortodoxo. El telonero de Pedro Sánchez en la investidura fue el máximo exponente. Si hay que negociar, para conseguir el objetivo deseado, pues se vende el alma al diablo; sólo hace falta saber vivir en un permanente disimulo ideológico y doctrinal, y en esto Sánchez es un catedrático. Soy incapaz, aun preguntándoselo a un inspirado Neme, qué tiene de progresismo el negociar y acabar aceptando, bajo pretexto de pacificación y resolución de un conflicto territorial lo que desean los independentistas, cuando sus aspiraciones representan muy minoritariamente el sentir de las urnas; minoritariamente sí, pero suficiente para el objetivo de Sánchez, también. Imposible de toda imposibilidad que Sánchez se dé por enterado a través de Séneca, cuando nos hizo saber que “es imposible ganar sin que otro pierda”. Ganarán los independentistas, pierde el resto de los españoles. Ni lo sabe, ni se dará jamás por enterado, porque sus particulares intereses, son los de recuncar en Moncloa al precio que sea.

El diálogo es la arquitectura de la política. Yo lo amplío al definirlo como la arquitectura completa, incluso los sótanos. Y en los sótanos se guarda y se esconde desde lo valioso a lo menos trivial, aunque siempre susceptible de echar mano ante alguna necesidad. Sánchez está calentando, pero ya antes piensa cómo superar al rival. Tratándose de Sánchez le es válida cualquier petición; sin escrúpulos, porque si no ¿cómo se entendería renegar hace nada de los pinganillos en el Congreso, nada de indultos, de la amnistía ni hablar y de referéndum “cuántas vece tengo que decir no”, y hoy son sus monedas de cambio? Nadie mejor que Sánchez para disfrazar de nobles propósitos lo que es una desmesurada ansia monopolista, una estrategia que bajo el paraguas de liderar el bloque ¿progresista? está dispuesto hacer. Será progresista por devaluar la ética y la legalidad vigente, o pactar con independentistas.

Qué grande España, que siempre fue dichosa de haber tenido héroes. Desgraciada España, que hoy los necesita a diario, parodiando a Brecht. Y estaremos así, en crisis institucional, atrincherados de los renegados de España, mientras lo nuevo no acabe de nacer y lo viejo no acabe de morir. Siendo de los que cree que confundir los deseos con la realidad es una mala política. ¡Calienta, que sales!, Pedro. Caliente para enfrentarte a amnistía y referéndum.

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