Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
En 1995 George Weah se convirtió en el primer jugador no europeo en ganar el Balón de Oro. El liberiano había asombrado al mundo siendo el máximo goleador de la Liga de Campeones, pero su papel excedía, en mucho, al fútbol. Fue embajador de Unicef, realizó una labor humanitaria inmensa y cursó Empresas y Criminología para poder dirigir a su país apoyando a las clases más desfavorecidas y afectadas por la guerra.
El lunes, sobre las 22,30, Weah salía al estrado del Théatre du Chatelet de París para escenificar el trasvase de lo que debe ser el fútbol. En una entrega llena de simbología no sucedió lo que todo el mundo creía. Con una Supercopa, una Liga, una Champions, 24 goles y 11 asistencias debajo del brazo, Vinícius se quedó sin un premio que se daba por sentado. Él mismo, tras el 0-4 del sábado en el Bernabéu, se dirigió a Gavi para mofarse de su estatura y acompañarlo con un “sí, sí, pero el lunes voy a París a por el Balón de Oro”. Pues no Vini. No vas a ningún sitio. Al menos por ahora. Las continuas faltas de respeto, burlas y protestas que bullen en tu cabeza te quitan de las manos un premio, que habrías ganado por lo bien que lo haces con los pies. Pero es que si toda profesión debe ser un todo integral que también nos defina como personas, más el fútbol por la enorme capacidad imitativa que despierta entre las masas.
Que en este primer año que la UEFA coorganiza el premio se haya añadido un criterio que mide “comportamiento ético, clase y juego limpio” me parece un tremendo acierto para que el fútbol comience a cambiar un rumbo devastador que lo ha convertido en una diana llena de dardos para el prójimo.
Y aquí entramos nosotros, que nos pasamos una semana entera esperando un partido para poder manchar el honor de nuestro compañero de oficina o cargar la inmensidad de las redes de soflamas. En ese enardecimiento colectivo nos olvidamos de que, cuando llegue mayo, todos sufriremos el mismo hachazo de Hacienda o que una ortodoncia para nuestra hija sería un revés difícil de asumir para todos los que no ganamos un duro con este circo. Y decimos “qué sería del fútbol sin estas pullitas”. Pero el fútbol no es eso. El fútbol no puede ser un lapso de 90 minutos que dirima nuestro estado de ánimo y que nos haga transitar el sinuoso camino entre la depresión y la euforia que destroza nuestro juicio.
El fútbol está enfermo de "schadenfreude". Un sentimiento de alegría generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro. Los movimientos anti predominan en un sector en el que muchos se identifican más por fobia que por filia. Es lo que nos han enseñado y lo que nuestros hijos ven por televisión. No solo importa ganar, sino también restregárselo al de al lado.
En el Balón de Oro que Weah le entregó a Rodri está la esperanza: “un chico normal, con valores, que estudia, que intenta hacer las cosas bien y que no se fija tanto en los estereotipos de fuera del fútbol”. Es precisamente en ese modelo, y no en otro, donde creer en un fútbol totalmente diferente al actual, es posible.
@jesusprietodeportes
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