Opinión

Tsipras, contra la pared

Parecía que había convencido y vencido, había vendido como un éxito sus encuentros con los primeros dirigentes europeos con los que se entrevistaba, pero a la hora de la verdad el primer ministro griego se ha encontrado con un muro aparentemente infranqueable. Y no solo de Merkel y Schaüble, sino de Juncker, a pesar del beso de bienvenida y de salir de la sala cogidos de la mano.

El NO ha sido tajante. Los compromisos hay que cumplirlos, y ni se acepta una quita de la deuda, ni que los bancos griegos otorguen crédito al gobierno al margen de las instrucciones de la UE. Se podrá hablar de plazos, y es lo único negociable, pero hasta ahí llega la generosidad de las autoridades europeas. Lo que significa que Tsipras tendrá que recoger velas y tragarse las propuestas de subir pensiones y salario mínimo, y readmitir a los miles de funcionarios que habían perdido su empleo por falta de medios para sostenerlos. 

Quizá logre que Bruselas deshaga la troika, lo que ya se estaba analizando en los últimos meses y de hecho figuraba en el discurso de Juncker en su toma de posesión. Pero si Grecia pretende seguir financiándose desde fuera, desde la Unión Europea, no tendrá más remedio que aceptar el plan de ajuste que le impongan, sea a través de la actual troika o del organismo europeo que la sustituya en un futuro. Lo que no acepta Bruselas es financiar de forma ilimitada a quien no realiza las políticas de ajuste que permiten poner en limpio sus cuentas y reestructurar su economía para que sea un país financieramente viable.

Tsipras y su ministro Varufakis, que se las prometían muy felices tras el éxito electoral, empiezan a ver el lado amargo de gobernar un país en quiebra. Sus antecesores apostaron por dejarse ayudar a cambio de unas políticas de austeridad de tal dureza que les ha costado la derrota y, en el caso de los socialistas, la desaparición de su partido, el PASOK. Pero es lo que ocurre cuando se forma parte de un club: tiene sus ventajas porque los socios echan una mano a quien atraviesa dificultades, pero a cambio exigen un cambio drástico de actitud para que no vuelva a caer en desgracia.

No se han roto las negociaciones, pero todo apunta a que Tsipras no podrá cumplir las promesas que le llevaron al éxito electoral. Para su desgracia, no es libre para aplicarlas.

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