Opinión

El abusón del colegio

Tiene sueño. Ha dormido poco. Se ha pasado la noche con el televisor encendido, sólo por la compañía del sonido. Ha escuchado anuncios que le tentaban con apuestas seguras y con objetos indispensables, horóscopos y series antiguas. Al final, en algún momento de ese ya amanecer, se queda dormido y entonces suena la alarma del móvil. Mira de reojo a la pequeña pantalla: un guasap. No sabe por qué se anima y va a buscar las gafas. Nueva decepción. Sólo es su centro de salud recordando una cita médica rutinaria. Se prepara para salir hacia un trabajo que hace años dejó de causarle placer alguno y en el que entra con el único objetivo de esperar la hora de salida. Bromea con sus compañeros a la hora del café, pero sin perder de vista algunos límites, como si tuviera miedo de volver a ser quien fue. Ha pensado en más de una ocasión en contar retazos de esa parte de su vida con la esperanza de recibir comprensión y tal vez algún perdón, como si eso fuese posible. Pero nunca se siente lo suficientemente valiente, él que presumía de serlo tanto.

El colegio y el instituto ahora están lejos de su casa, pero siguen presentes en su cabeza, muy a su pesar. Cada vez que está con su hijo, de apenas nueve años, intenta hablar de verdad con él. Decirle quién fue alguna vez y lo mal que lo hizo todo. Pero no se atreve. Al final, sólo comentan el fútbol y las notas cuando llegan. Nunca ha tenido el coraje de, mirándole a los ojos, preguntarle cómo está en el colegio y qué tal se lleva con sus compañeros. Sabe que la respuesta puede aterrarle y teme no ser capaz de ofrecer una solución duradera.

Le gustaría confesar que aún escucha los lloros, los lamentos y los ruegos. Querría explicarle que no ha podido olvidar las caras que le miraban suplicante ni el olor de los miedos. Desearía poder decirle por qué hacía lo que hacía y cómo lo hacía sentir, pero no encuentra el coraje necesario. Reconoce las historias en la televisión y se alegra por las personas que son capaces, al fin, de enfrentarse a sus demonios. Él todavía no puede, él, el mismo demonio, el abusón de cuarto está lleno de miedos y no es capaz de afrontar a sus víctimas y pedir indulgencia. Entiende que los acosadores como él deberían también salir a dar la cara y contar quienes fueron, por si sirve para mejorar algo. De momento, sólo espera que su hijo no sea víctima ni verdugo.

Cree que hablar con él podría, con toda seguridad, evitar la segunda opción. Pero ha comprendido que los abusones de colegio como él, por lo general, son grandes cobardes.

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