Opinión

Una carcajada al día

La cristalera del bar refleja sus siluetas. Desde la barra sólo se les intuye hasta que se cuela un sonido alto y claro. Los cuerpos se mueven de distintas maneras y a la vez de la misma manera reconocible. Todos se están riendo. A carcajadas. Se echan las manos a la boca, al estómago, las lanzan al aire. Se miran y siguen sin poder parar. Ríen desde dentro, con complicidad, sin complejos. “Eso es la felicidad -pienso-, reírse hasta que todo duela”. Y si no lo es, se le parece mucho.

Deberíamos permitirnos, al menos una vez al día, reírnos a carcajadas, con estridencias, con ganas, como hacen los niños que contagian su alegría. Es cierto que los problemas del día a día se nos acumulan con gran peso en las espaldas, que cada uno tiene su particular infierno con el que lidiar, que todo escupe tragedias y dolor pero, aún así, deberíamos reírnos más. Nos lo merecemos. Sin darnos cuenta, o a sabiendas, nos hemos instalado en el pesimismo eterno, real o de apariencia, y en el cansino intento de ser los número uno en penas y tristezas y eso no puede ser bueno.

Todos conocemos el poder curativo de esa emoción de alegría, por pequeña que sea, compartida o en soledad. Y aún así, cada vez más, le negamos la posibilidad de ser plena, como si tuviéramos que avergonzarnos de no ser eternas víctimas de desgracias más o menos grandes. Reírse de manera espontánea, sea cual sea el motivo si es que existe, no nos convierte en personas frívolas, ni supone traición alguna, ni hace desaparecer los dolores que podamos cargar, pero alivia y ayuda a seguir un poco más.

El mejor momento de un encuentro con amigas es aquel en el que explotan las carcajadas; la pareja más valorada es la que te hace reír; no hay señal de mayor complicidad que reírse al mismo tiempo y de las mismas cosas y no hay homenaje más valioso que poder reírnos con los recuerdos que otros nos han dejado.

Mientras podamos, mientras la mente no nos meta en oscuros túneles, debemos imponernos la obligación de un pedacito de alegría al día. Hay que respirar. Hay que buscar colores. Hay que disipar los nubarrones negros. Aunque sólo sea un instante al día. Y si esa sensación de felicidad no nos parece un estímulo más que suficiente no olvidemos que la risa mejora la toma de oxígeno, estimula el corazón, los pulmones y los músculos, reduce el estrés e incluso puede disminuir la sensación de dolor con la liberación de endorfinas. Así que a reírse, que tampoco es tan difícil.

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