Opinión

Comité cidadán antisida

No tengo ni idea de cuándo escuché por primera vez la palabra Sida. De pronto un día estaba allí, al igual que un día desapareció, a pesar de que esta pandemia aún sigue viva y acaba de cumplir 40 años. Fue una enfermedad arrasadora, llena de heridas incurables y muertes trágicas. Pero además, envuelta cruelmente en un mayoritario rechazo social que marcaba a fuego con un feroz estigma a las personas enfermas y a sus entornos próximos. Ahora que han pasado cuatro décadas desde aquellos inicios en los que se sabía más bien poco, quizás sea el momento de recordar algunas cosas.

La primera, y tal vez más importante, es que el Sida no ha desaparecido y que aumentan los contagios, sobre todo, por prácticas sexuales sin protección entre los más jóvenes.

La segunda, no olvidar a las personas que se entregaron a la lucha contra la enfermedad y contra el aislamiento y el sentimiento de vergüenza de los afectados, sobre todo, de los procedentes de ambientes más marginales.

“Sidoso/a” fue, quizás, una de las palabras que, con más desprecio, se escupió desde la ignorancia, las más de las veces, y desde la misma maldad, otras, causando daños profundos. En Ourense, el abrazo consolador llegó desde el Comité Cidadán Antisida, que cumplirá en el 2022 treinta años. Esta asociación sin ánimo de lucro nació de una iniciativa ciudadana, cuando el diagnóstico era, en un número grande de casos, sinónimo de muerte. Mujeres y hombres no dudaron en trabajar duro y a contracorriente de sociedad y administraciones para ofrecer dignidad, respeto y ayuda a quienes tanto lo necesitaban en aquellos años de zozobra. No escatimaron esfuerzos y tiempo para entregar profesionalidad, atención médica, pisos de acogida y un lugar, situado durante años en la Praza do Trigo, al que podían acudir en busca de una taza de café caliente y palabras.

El comité luchó ferozmente contra su propia precariedad y puso en marcha numerosas iniciativas para concienciar a la sociedad de lo que era la enfermedad, ofrecer las pautas correctas de prevención, borrar los falsos y brutales mitos que la rodeaban y proporcionar la necesaria atención profesional. Llevan décadas siendo un espacio seguro para los más marginados que la sociedad no quiere ver y se han enfrentado con dignidad a quienes los han querido lejos de sus casas. Han superado obstáculos y ofrecido esperanza. Es imposible, en tan pocas líneas, recitar todos los nombres que merecen ser nombrados y los retos conseguidos. Pero sí es posible, tal vez, visibilizar en uno, el de Marité Fernández, pionera de la lucha de aquellos años, parte del titánico trabajo llevado a cabo. Y es posible también rendir un pequeño homenaje a este Comité Cidadán que nos ha hecho mejores como sociedad, aunque muchos aún no lo sepan.

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