Opinión

Esto va por dentro

Lo cuento pero, y sin ánimo de ofender, estoy segura de que no lo entenderás a no ser que en algún momento la hayas mirado directamente a los ojos. Te cuento que es una sombra negra que siempre camina a tu lado aunque, afortunadamente, no siempre se hace notar. Te podría explicar que cuando se vuelve visible, lo hace con tal fuerza que no hay luz que la haga desaparecer. Entonces te arrastra a lugares que, aunque con los años sean conocidos, no por ello dejan de ser oscuros. Podría enumerar todo lo que provoca y en qué te convierte. Y aún así dirías cosas como “anímate”, “no tienes por qué estar así”, sin darte cuenta que esas buenas intenciones lo único que hacen es cargar a la persona con una culpa que no tiene y que hará que todo pese mucho más. Es una enfermedad que nadie busca, como sucede con todas, y que igual que todas existe pero que, además, está estigmatizada. Y como todas, requiere de profesionales que ayuden a sanar, pero en este diagnóstico, desgraciadamente, el dinero cuenta, porque en la sanidad pública las listas de espera de la salud mental son desmesuradas y los expertos, imprescindibles para salir adelante, no pueden trabajar con los tiempos adecuados. Así están las cosas y así son estas condenas.

Está bien que alguien como Simone Biles, cuando abandona unos Juegos Olímpicos, hable de la ansiedad, pero no está tan bien que todo el mundo apunte sólo hacia la presión del deporte de élite como causa. Porque esto no va sólo de eso. No es tan sencillo. El origen de la ansiedad, del síndrome ansioso depresivo o de la depresión no siempre tiene nombre.

Y la valentía no está en el hecho de contarlo, si no en ser consciente que, al hacerlo se entrega un arma que muchos usarán para atacar y dañar en los momentos de mayor vulnerabilidad e indefensión, y, aún así hacerlo. Porque la ansiedad sigue levantando sospechas, sobre todo en el entorno laboral y social. Siempre habrá quien piense que es un invento, que es una debilidad, que es una excusa; siempre estará quien acuse de vagancia o quien se crezca apelando a la escasa preparación del doliente para asumir responsabilidades. Y lo hacen porque todos hemos sido de alguna manera cómplices y porque esto no deja cicatrices externas que ver y tocar. Esto va por dentro, hace vomitar, acelera el corazón, provoca el llanto, apresa el aire para ahogar, inunda de miedos e inseguridades, alimenta la culpabilidad, desequilibra y, además, facilita la vergüenza. Quieres esconderla porque no quieres pertenecer a los débiles, que es lo que te han hecho creer. Tal y como concebimos este mundo competitivo y siempre feliz para la foto, lamentablemente pocas cosas cambiarán por muchas Biles que hablen.

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