Opinión

Eternas culpables

Según la mitología griega, Pandora, la primera mujer hecha por orden del dios Zeus, abrió la caja que le entregaron los dioses liberando así todas las desgracias que aquejan a la humanidad. La Biblia, siglos después, nos cuenta como una frívola Eva obliga al buen Adán, al parecer sin voluntad propia, a morder la manzana prohibida, expulsando para siempre a la humanidad del paraíso terrenal. Eva, que no se olvide fue creada a partir de una costilla del hombre. 

Desde el principio de todos los tiempos,  las religiones, los  mitos, las leyendas y hasta una historia descontextualizada que nos ha ignorado, sólo nos nombra para señalarnos como eternas culpables.Y nos lo hemos creído. Por eso, generación tras generación, caminamos con la eterna y devastadora mochila de ser las causantes de todos los males, propios y ajenos. La guerra de Troya, cuenta Homero, tuvo su origen en la irresistible belleza de Helena. Poco importa que Paris la raptara. En el imperio romano, los poderosos mandatarios podían cometer cualquier atrocidad, pero como sentenció Julio César lo importante era que, hablando de honorabilidad “la mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo”.  Y esas han sido las aguas en las que nos han sumergido a lo largo de la historia y de las que no hemos logrado, aún hoy, salir indemnes. Ahora lo llaman síndrome de la impostora, pero es lo mismo. Las mujeres que triunfan, las que son madres, las que deciden no serlo, las que trabajan, las que no…, todas nos miramos al espejo sintiendo que somos culpables de algo. Incluso cuando somos víctimas.

La joven violada supuestamente por el futbolista Dani AlvEs se ha sentido obligada a renunciar a su derecho legal a percibir una compensación económica, por temor a no ser creída. Ella sabe, lo sabemos todas, que siempre estamos bajo sospecha. Porque las víctimas, claro, son perversas y no piensan en  cómo “le van a joder la vida al chico”, como se les repite. El mensaje es claro: la suya nada importa. Y nos lo acabamos por creer. Las mujeres usadas como botín de guerra, las de ahora y las de antes, han optado por silencios eternos aplastadas por la culpabilidad. Han visto cómo las que han levantado la voz han sido señaladas, abandonadas y humilladas, en tiempos de paz y por los suyos. A lo mejor de eso se trata: de mantenernos calladas, sumisas y entregadas, creyendo que no valemos tanto. Un peligroso credo que vuelve a imponerse cada vez más. 

Es vital que nosotras sepamos cada vez mejor quienes somos y que transmitamos, sin condicionantes, que tenemos que mantenernos  libres para decidir qué queremos hacer con nuestra vida. La culpa eterna es una funesta mentira impuesta que debemos desterrar de una vez por todas, para avanzar más y mejor.

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