Opinión

Feliz teatro

Mi madre era una mujer teatrera. Por eso mi hermana y yo también lo somos. Pero no sólo nos inculcó su gusto por este arte, además nos mostró, a su manera, cómo jugar con él. De la nada, en cualquier momento o lugar,  una de nosotras iniciaba un diálogo inventado que iba cobrando vida con imaginativas aportaciones, hasta que se convertía en una historia que ya para siempre sería nuestra. Le debemos al teatro y a ese  inocente juego recuerdos inolvidables, cosidos con el hilo de una complicidad única y adornados con múltiples sensaciones, aun en momentos amargos. Éramos tres, ahora somos dos, pero el teatro, sea desde ese pasatiempo a tres bandas o desde cualquier patio de butacas, nos la devuelve siempre, como eterna protagonista principal. 

Y eso es el teatro: pura vida.  No en vano esta manera de contar, diseccionar y mostrar el mundo y la humanidad ha logrado sobrevivir a tantos y tantos siglos, con sus luces y sus temibles sombras. 

Cogidas a su suave mano descubrimos muy pronto el teatro, aquel que llegaba a los pueblos y se ofrecía bajo una carpa con sillas de plástico, con obras diferentes en tres días de funciones. No sería el mejor, pero plantó las semillas para querer ver más y más y para admirar a aquellas personas que a veces nos evadían del mundo y otras lo hacían estallar ante nosotras, sin tiempo para respirar. 

Las obras que interpretan son las cosas que cada día nos encontramos en casa, en el rellano de la escalera, en el barrio, en la ciudad, en el trabajo o en la escuela. Los relatos que representan nos son familiares porque están hechos con amores, desamores, traiciones, venganzas, desengaños, ilusiones, estafas, desarraigos y encuentros que conocemos.

Lloramos, reímos, asentimos o negamos con la cabeza, porque sobre ese escenario se va desgranando la historia que leemos, la que nos han contado o la que hemos sentido. El teatro y sus gentes hacen que nos movamos en las butacas, a veces con incomodidad, otras con complacencia; son responsables de que días después aún soñemos con lo que hemos visto y también son generadores de conversaciones, reflexiones y debates. Todo ello tan necesario ahora y antes. Incluso cuando el teatro es un mal trabajo, que también lo hay, es útil: nos enseña la importancia de creer en lo que haces y de hacerlo bien. 

Quienes lo desprecian, lo ignoran o lo desconocen (estos aún están a tiempo) vivirán igual, lo sé, de la misma manera que sé que siempre tendrán una carencia esencial, aunque no lo quieran entender. Nosotras seguiremos amando el teatro, por lo que es, por lo que nos hace sentir y porque nos llegó de la mano de una mujer irremplazable. Feliz día del teatro.

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