Opinión

¿Hablamos de Ourense?

Las ciudades deberían abrazarnos. Deberíamos sentir que al caminar por sus calles nos acarician de manera amable, sin invadirnos. Estaría bien oír que nos susurran al oído su historia y su proyecto de futuro, sin tener la sensación de  que se están transformando en un asfalto agresivo que nos empuja a huir de ellas. Tendrían que estar pensadas para identificarnos con ellas, para que fueran acogedoras, para fomentar la convivencia y donde todo el mundo encontrara su lugar especial. Deberían encaminarse a dar sombra a sus habitantes, a facilitar que sean caminadas y donde sus habitantes puedan sentarse para tomarse un respiro, sin tener que pagar una consumición. Hay que pensarlas como un espacio limpio, sin excesivo ruido, donde la gente quiera quedarse y no se sienta expulsada.  

Es urgente imponer un concepto de ciudad humanizada por encima de otros intereses que acaban por hacerla inhóspita para quienes siempre la han habitado y la han dotado del alma que la hace especial y única. Para conseguir esas ciudades más humanas es imprescindible tener un proyecto claro, un trabajo coordinado entre todos los sectores profesionales implicados, una ciudadanía que las exija y una voluntad política capaz de ver más allá de obras descontroladas o resultados electorales a corto plazo.

Y es precisamente esa parte política la que más a menudo falla. A veces porque no se quiere y otras porque no se sabe y tampoco se quiere aprender y menos escuchar a quienes están capacitados para aportar. Seguro que también influye el ego excesivo de algunos políticos que eligen obras faraónicas con sus nombres y optan por eliminar lo que ya está hecho porque lo hicieron otros, sin importar que con ello la ciudad se vuelva caótica.  

Transformar un casco histórico peatonal en calles transitadas por vehículos que van aumentando su velocidad - amparados en la impunidad- y al tiempo convertirlo en un gran aparcamiento público que elimina su esencia, quizás no sea la mejor manera de ponerlo en valor. Dejar que su patrimonio se vaya cayendo a pedazos, que la suciedad y que las ratas sean habitantes de pleno derecho puede que no ayude en nada a que la ciudad sea motivo de orgullo. Olvidar los escasos pulmones verdes que tiene y dejar que vayan decayendo tampoco inclina la balanza hacia la habitabilidad buscada. Fomentar acciones que acaban por  arrojar fuera a los de siempre en favor de los que están de paso en ningún caso parece una idea que ofrezca un futuro estable a la urbe. Buscar favorecer intereses económicos de unos pocos en detrimento de una ciudad saludable que no enferme puede que tampoco sea el camino a seguir. 

Pongamos que hablamos de Ourense. Si así fuera, ¿no es hora de exigir una ciudad habitable, amable con vecinos y visitantes?

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