Opinión

Juan sin miedo

Cuentan los hermanos Grimm en una de sus narraciones, suavizadas para el oído infantil, la historia de Juan sin Miedo, que salió al mundo en su busca porque nunca lo había sentido. Sin duda, una leyenda. No existe ser humano que no haya conocido en ningún momento de su vida esa ”angustia por un riesgo o daño real o imaginario”, según la Real Academia de la Lengua. Y es vital cuando hay que sobrevivir o cuando la vida nos coloca en un país o en una situación donde los resortes saltan, el corazón se desboca y el terror lo inunda todo. Ese es el innato, el que nos protege, el que heredamos de tiempos ancestrales. Y luego está el otro. El miedo aprendido, el inculcado, el paralizante y el tirano.

Juan acaba conociendo el miedo, demasiada libertad no tenerlo. Y ahí, desde pequeños, ya empieza la historia del temor: El coco, el hombre del saco, el lobo, la bruja… Es uno de los primeros aprendizajes. Siempre hay algo a lo que temer, aunque no se vea. Ahí están las religiones: la ira de Dios, de Alá o de Yahvé. Y así crecemos, asustados, incluso de nuestra propia intimidad, cuando los monstruos infantiles han sido derrotados. Y nadie duda de que el miedo nos hace vulnerables, manejables y obedientes.

Permanecemos en una pareja rota por miedo a lo que nos deparará una vida en solitario. Nos alejamos de los diferentes por si nos causan algún daño o compramos alarmas porque nos han hecho creer que siempre corremos peligro. Nos mantenemos eternamente en un trabajo, aunque nos destroce la vida, porque cada día nos repiten que es una suerte tener uno y acabamos temiendo traspasar la puerta, aunque sea la salida a nuestro bienestar. Miramos demasiadas veces a otro lado, agradeciendo temblorosos habernos librado por esta vez.

Son muchos los poderes que, desde siempre, saben los inmensos beneficios que eso les produce. Y ahora hay demasiados agitadores ondeando las banderas del miedo para volver hacia atrás, buscar los grilletes invisibles de la parálisis colectiva, y poder moverse impunemente sacando un buen rendimiento. Unos lo gritan con datos inventados otros con advertencias más sutiles: la educación pública no puede ser para todos, la sanidad privada es más efectiva, los lobbys nos invaden, los extranjeros nos lo quitan todo, la cultura no sirve, la ideología de género quiere acabar con el hombre… España se rompe y el mundo occidental lleno de sus valores se quiebra. Y nos entra el miedo. Y cerramos los ojos y los oídos y nos tapamos la boca. No vaya a ser. Y queremos estar seguros y levantar muros y acatar el orden aunque nos lleve al puro desorden. Y por tener ya tenemos miedo al miedo. Y ahí habremos perdido.

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