Opinión

La ciudad cerrada

Si cierras los ojos puedes optar por la oscuridad o por imaginar lugares llenos de luz. Si cierras la boca puedes elegir evitar dañar con palabras o curar con las mismas. Si cierras por descanso puedes regresar cargado de buenas ideas o con sensación de volver a lo mismo y caer en la desidia. Si cierras por reformas puedes abrir con proyectos renovados o mantener unas obras eternas hasta que todo el mundo haya olvidado qué fue lo que allí hubo una vez. Cerrar y abrir puertas es, probablemente, una de las actividades que más repetimos a lo largo del día: para entrar y salir de casa, de la oficina, del bar, de la escuela, de la fábrica, del médico, del cine, del teatro, de los museos…Y aunque al final se convierten en meros actos mecánicos siempre responden a un acto previo de voluntad, salvo que nos tengan que sacar del bar por un exceso de licor café.

Y luego están otros cierres, los que apenas tendrán opciones de ser anulados, los que se convertirán en permanentes porque hay pasos hacia adelante a los que el tiempo les resta posibilidades de ser borrados. Son los cierres por desprecio a lo que representan esos lugares, un desprecio nacido no se sabe bien si por complejos de inferioridad, por ignorancia o por un sentido de la autoridad totalmente irresponsable. Están los cierres por incompetencia, porque la gestión de esos espacios con puertas supone un conocimiento más allá del que muestran unos números o unas estadísticas que, como todo el mundo sabe, para ser útiles tienen que ser interpretadas con rigor y contexto. Los hay que se producen por pura incapacidad de crear proyectos serios de futuro para conseguir un retorno rentable que no siempre se basa en cifras frías y sin historia, por mucho que algunos se empeñen. Y también están los cierres por puro despotismo, por marcar un territorio que se llenará de ruinas y suciedad, cierres cuyo objetivo es hacer notar quién ostenta el poder, aunque éste en realidad sea un poder pequeño y a veces un tanto miserable. Y están los cierres por comodidad, para no tener que pensar ni esforzarse en mantener puertas abiertas para contribuir a tener una ciudadanía más rica.

Ourense se está convirtiendo, a pasos agigantados, en una experta en cierres, de los que tal vez todos seamos algo culpables, aunque nunca tanto como quien tira la llave al río y los encubridores que prefieren silbar al aire. La ciudad se está paralizando, en lugar de cultivar nuevas ideas abona el cementerio para las que ya existen, cubriéndolas de suciedad y abandono. Cuando el cierre sea por defunción, no habrá muchas opciones para imaginar lugares llenos de luz, porque la oscuridad será cegadora.

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