Opinión

Libertad para ser presos

Libertad es la última en llegar al grupo de Mafalda, creado por el insuperable Quino. Es una niña pequeña con ideas muy claras sobre la revolución que desea. Su tamaño nada tiene que ver con los 93 metros de altura de la Estatua de la Libertad, la primera imagen para los emigrantes que llegaban al país, antes de ser absorbidos en la cercana isla de Ellis. Libertad fue una de las consignas ondeadas durante la Revolución Francesa, junto con igualdad y fraternidad.

Un dibujo, una palabra y una estatua. Tres iconos asentados en el imaginario colectivo para dar consistencia a uno de los grandes anhelos de la humanidad, que aún no hemos conseguido definir con claridad, sin aristas ni claroscuros. Libertad gritaban y aún gritan, a escondidas o en plazas públicas, los esclavos de todos los tiempos y aquellos que se sienten prisioneros de gobiernos, mafias o explotadores. Cantaban los Chichos su “Quiero ser libre” en cárceles que les palmeaban y coreaban y Freddy Mercury interpretaba como nadie aquel “I want to break free” al mundo.

Avanzamos a través de los siglos creyendo que esa libertad poética está cada vez más a nuestro alcance, pero tal vez sólo estemos haciendo grande un espejismo histórico, mediante un ejercicio de auto complacencia para no agitar fantasmas desagradables. La tecnología más vanguardista nos prometió que seríamos más libres porque no habría cables que nos sujetaran a las paredes de la casa o los espacios de trabajo, y sin embargo ha conseguido esposarnos mientras roba vida social, encuentros inesperados, ocio y conversaciones mirándonos a los ojos. Los mensajes lanzados desde publicidades, shows y tele shows, donde cabe de todo, nos hacen creer que tendremos la libertad de elegir y nos oculta las cadenas que nos atan a labores poco recompensadas para intentar llegar a esas metas.

Los gurús, las frases motivadoras, insoportablemente positivas, e incluso las nuevas palabras inventadas en inglés, para que nos las entendamos del todo, nos acusan de nuestras propias desgracias y carencias, como si no existiesen causas suficientes que las propician, para aseverar que somos libres de elegir nuestro propio destino. También nos dijeron que éramos libres de pensar, más aún, que teníamos el deber, una vez informados, de elaborar nuestro propio pensamiento. Y nos encontramos, demasiado a menudo, con la tentación universal de inculcar un pensamiento único a través de la repetición incesante de la conveniencia de rechazar lo distinto. Y para ello cualquier arma sirve.

Creímos ser libres para conducir nuestra vida como mejor nos pareciera y nos hemos encontrado una carretera con excesivos peajes, controles de documentación, señales que van cambiando sin que nos de tiempo a comprenderlas y autoridades con demasiado poder. Y así vamos llegando a certezas indeseadas mientras seguimos tarareando “libertad, libertad”.

Te puede interesar