Opinión

De mujer y emigrante

Querida emigrante. Hace ya muchas décadas, en un siglo que ya no existe, tomaste probablemente la decisión más difícil de tu vida. Cogiste tu maleta o la que te prestaron y, con la pena golpeando contra el pecho en el que te colgaron un número, subiste al tren que deseabas te llevara a un futuro mejor. Qué difícil fue todo. Bajaste en un andén que escupía por altavoces palabras que no conocías y te sentiste tremendamente pequeña y tristemente lejos del mundo que te sostenía. Emigraste viendo cómo los tuyos se quedaban atrás y el horizonte de tu casa desaparecía. Te fuiste soltera, casada, con hijos o sin ellos, con una sola idea: conseguir otra vida para ti y para los que dejabas, con un desgarro que ya nunca se curaría. Con todo ello hiciste un pequeño hatillo que cerraste con un lazo verde, color esperanza, y miraste al frente lista para empezar.  

Y el tiempo, ese que cura o daña, acerca o aleja, comenzó a pasar sin tenerte en cuenta. Fuiste aprendiendo palabras de esos idiomas que no eran tuyos y que a veces te devolvían sonidos hirientes. Descubriste en esos otros países, en una Europa que comenzaba a recuperarse, que la vida que te enseñaron en la España de dictadura y secciones femeninas que sólo te educaban para ser buena esposa y buena madre, no era la única posible. 

Empezaste a trabajar con la mirada siempre puesta en un retorno que, en tantos casos, nunca fue y que te tatuó una eterna nostalgia. Conquistaste libertades que, en tus regresos temporales, sentías que tenías que esconder porque aquí no se veían igual y no querías dejar de ser esa “buena mujer” que te inculcaron. Venciste el desequilibrio provocado entre la exigencia de tu entorno de mantenerte fiel a la educación y costumbres del país que te había lanzado fuera y entre tu deseo de formar parte de esa recién descubierta nueva mirada. 

Afrontaste como pudiste el tormento que te causaba la desconfianza en la mirada de los hijos que no te reconocían, por tanta ausencia. Pero luchaste sin tregua para  conquistar importantes parcelas de futuro que dejarles. Fuiste imprescindible para crear y mantener vivo el asociacionismo y los centros de reunión de españoles, aunque te mantuvieran invisible. Participaste en huelgas, manifestaciones y exigiste derechos allí y aquí, aunque no te contaran. Lloraste a miles de kilómetros los entierros y aceptaste, resignadamente, retornos forzados para cuidar de los tuyos. Ahorraste sin dejar de enviar dinero a los que se quedaron y contribuiste al desarrollo económico de tu país, que parece empeñado en ignorar la historia de su diáspora. Este país ingrato, en el que tú, como emigrante y mujer, padeces el doble olvido de todos y todas y al que aún sueñas con volver.

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