Opinión

Palabras masticadas

A veces la veo, aún no sé por qué , con sus largas trenzas, su peto vaquero y un palo en la mano. La veo pero no la oigo, porque lo que de verdad me hipnotiza son los ímprobos esfuerzos que está haciendo con su boca para domesticar el chicle de color rosa y tamaño extra que, en aquellas infancias, suponía todo un manjar. Cierto es que después de muy poco tiempo, esa gran masa  se volvía pequeña, del sabor inicial no quedaba ni rastro y ni siquiera servía ya para hacer globos. El chicle perdía su razón de ser y mudaba en algo gomoso y desagradable. Ante tal evidencia se ofrecían varios escenarios posibles: tragarlo, con el temible desenlace de que se nos quedara pegado en las tripas por siempre jamás; escupirlo de cualquier manera en cualquier lugar con el riesgo de que alguien lo pisoteara o, sencillamente, pasárselo a otra amiga, entremezclando salivas con la sensación de compartir algo muy especial, aunque ya no fuese nada. 

Pienso en todo ello, al tiempo que siento en las mandíbulas el dolor del esfuerzo por domesticar aquella dura goma de mascar. Ahora ya no quedan aquellos chicles, ahora son más pequeños y más manejables.

Y no sé por qué pienso que el chicle de aquellas infancias es un poco como algunas palabras de este presente. Tanto se mastican que pierden la forma y la esencia. Tanto se repiten, de boca a boca, que infectan y acaban por enfermar. Tanto agotan las mandíbulas que se lanzan al suelo para malograrse aplastadas en suelas variopintas. Sí, aquella niña de trenzas largas y peto vaquero era más responsable con la goma de mascar, que costaba cinco pesetas, que la mayoría de políticos que hoy en día mascan palabras como cultura, libertad, honor o dignidad para darles vueltas y más vueltas y, en poco tiempo, escupirlas, dejándolas para el resto muy malheridas. 

Pero al igual que el chicle pegajoso se queda incrustado en las calles por años haciéndolas tan sucias, algunas palabras mal tratadas pueden desgastar los cimientos de las casas comunes que nos deben proteger y gobernar. Y cuando caigan, ¿quién firmará el parte de derrumbe, el que escupió el chicle tras dejarlo inservible o el que esperaba recibirlo, aunque estuviera chupado, para sacarle un poco más de jugo? En cualquier caso, adivinen quién tendrá que pagar la siguiente ronda.

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