Opinión

¡¡Silencio!!

El rugido del volcán ya apenas se escucha. Lo mismo que las bombas sobre Siria, el mar enfurecido sobre las pateras, los gritos de los talibanes, la voz del que se ha quedado sin casa, las quejas de los que no llegan a fin de mes o los lamentos de víctimas de cualquier drama. Planea en estos tiempos un ruido mucho más grande, que, bien por volumen o por tono, lo ha silenciado todo. Es un ruido hecho de palabras vacías, de insultos, de medias verdades, de mentiras, de discursos insólitos, de reproches y de declaraciones vergonzantes. Es tal el barullo que genera que ya no es posible escucharnos a nosotros mismos y a nuestro sentido común.

El silencio, un lujo cada vez más inalcanzable, es también cada vez más necesario para que las sociedades podamos discernir con claridad sobre lo que conviene eliminar y lo que conviene alimentar para que crezca.

Son culpables los tertulianos que cada día cambian el asunto sobre el que sentirse auténticos expertos sin sentir vergüenza y sin moverse de una silla, y los políticos que olvidan lo que son y convierten cualquier debate en un mero intercambio de acusaciones, que insultan como si estuvieran en una pelea callejera, que han dejado de escuchar porque sólo se han preparado para el ataque al contrario y que han pasado por alto cuál es su lugar y su función principal: la de servir a la sociedad. Es tal el alboroto que unos generan y otros secundan que nos arrastra a todos hasta envolvernos y así acabamos también gritando, tanto, que al final todo son sonidos guturales sin significado.

Decía Borges “no hables al menos que puedas mejorar el silencio”. Y esa es la frase que debería estar inscrita en todas las instituciones a las que se va, no para jugar una partida de mus, sino para trabajar, desde el gobierno y la oposición, en mejorar la vida de los ciudadanos y en asegurar espacios donde vivir dignamente, con derechos y, a ser posible, donde el único ruido que suene sea la música, el agua cayendo sobre la tierra o la misma vida.

El estruendo que llevamos varios años padeciendo es dañino, impredecible y ensordecedor. Así que deberíamos mandar callar a todos los que, entre chillidos, sólo saben asfixiar la convivencia envenenando datos y hechos con argumentos inventados y verdades falseadas.

Necesitamos este silencio porque si no acabaremos sordos, ciegos y mudos y alguien nos gritará para guiarnos como el pastor a sus ovejas. Cierto es que hay otros silencios a los que debemos oponernos: el silencio del poder, el administrativo, el de la soledad no deseada o el atrapado en minutos que deberían ser gritos. Lo malo es que empecemos a no distinguir, perdidos en un ruido atronador.

Te puede interesar