Opinión

Un regalo grande

Son las ocho de la tarde en una playa andaluza. La luz comienza a cambiar y se levanta una ligera brisa. Un padre y su hijo desenvuelven un regalo que el niño observa nervioso. Al cabo de unos minutos aparece una cometa. Intentan hacerla volar con escaso éxito, aunque a ninguno de los dos parece importarles este pequeño fracaso. Corren por la playa, juntos, y juntos se ríen con ruido. Escucho comentar a alguien la escasa destreza del padre y el despropósito de la escena. Cierro los ojos y me digo a mí misma lo mucho que se equivoca. Cuando pasen los años, el niño recordará ese día como uno de los mejores regalos de su vida. Quizás no se acuerde del tamaño de la cometa o de todos los colores que la habitaban, no tendrá ni idea si fue cara o barata, pero reproducirá, sin error, cada minuto pasado en esa playa, con un padre que se reía junto a él.

Al recordar esta imagen pienso sobre dónde reside la importancia de los regalos y, desde luego, nada tiene que ver con el precio y sí mucho con el valor que encierran. El gran regalo es el que crea recuerdos que nos hacen sonreír, el que está envuelto con una historia única. El buen regalo es aquel que, por pequeño o humilde que sea, te acompaña en todas las mudanzas y siempre tiene su rincón especial y el que, aunque el tiempo lo desgaste, guardará eternamente la emoción del primer día.

La felicidad del obsequio se hace grande cuando reconoces el amor y el tiempo que guarda y sientes que quien te lo entrega sabe quién eres y que las confesiones más personales no han sido palabras perdidas en el viento. Los regalos hechos de verdad saben, huelen o tocan a amistad, a amor, a familia y a hogar, estés donde estés. Esos son los que perduran y cuyo precio es infinito.

Después están los otros: los obligados, los de salir del paso, los de tarjeta de crédito y los envenenados. La mayoría condenados al olvido, a una sonrisa obligada y a un gracias vacío en lugar de un abrazo poderoso y profundo.

Y están también los regalos de interés, los que deben ser camuflados por ilegales, los que conviene mantener ocultos por decencia, los que tienen acuse de recibo para ser devueltos con una recompensa. Aunque todos ellos sólo son sobornos, chantajes y chanchullos, demasiado normalizados en este nuestro país.

Y luego está el regalo más generoso y más valioso que se puede dar: el de la vida que otorgan personas desconocidas que, en su peor momento, donan los órganos de su ser querido. Habría que hablar mucho más de ellos y mucho menos de los otros. Nos haría más felices, otro regalo más.

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