Opinión

Vergüenza ajena

La acción de pensar por pensar se está quedando anticuada, a pesar del sano ejercicio que supone arrancar telas de araña y secar torrentes de verborrea vacía. Cuando uno piensa, utiliza palabras que juegan en la cabeza buscando posiciones y alianzas, a veces inesperadas, que proyectan ideas, sensaciones y hechos. Realmente es prodigioso que algo tan complejo como comunicarnos a través de la palabra nos pueda parecer tan sencillo, sobre todo cuando apelamos a conceptos intangibles. Aunque es cierto que nunca podremos saber con seguridad si ese vocablo significa lo mismo para todos. La palabra que más me ronda en los últimos tiempos es vergüenza y para ella la Real Academia de la Lengua tiene nada menos que ocho acepciones y cinco expresiones. Nueve letras sin duda de una gran riqueza. Si bien no todos nos avergonzamos de las mismas cosas ni consideramos una vergüenza los mismos hechos, dichos o acciones, hay algo en común para entendernos cuando aparece este término. La cuestión es ¿el qué?

Cada persona recordará sus propios momentos de “trágame tierra”. Esas vergüenzas individuales no son las que ocupan mi pensamiento, porque son tan personales que son incuestionables. Me planteo más la vergüenza ajena que, desde hace un tiempo, aparece en demasiadas ocasiones. Y en esos razonamientos en los que me pierdo en largas noches de insomnio intento comprender por qué no hay unanimidad ante algunas situaciones. Yo siento vergüenza ajena cuando la máxima autoridad de mi ciudad, asentada en el sillón de mando sin haber conseguido la mayoría de votos de los ourensanos, extiende un dedo acusador contra personas que se han entregado, con errores y aciertos, a mejorar la vida de este Ourense. Siento vergüenza ajena cuando los argumentos esgrimidos son falsos y manipulados. Siento vergüenza ajena cuando la ignorancia pero, sobre todo, la necedad se apoltrona y, siendo consciente de la farsa que está interpretando, altera la realidad para su propio beneficio. Siento vergüenza ajena cuando una alcaldía secuestra y ensucia la palabra cultura con falacias. Siento vergüenza ajena cuando veo la mezquindad y el odio que transpiran quienes deberían gastar sus energías en mejorar una ciudad agotada. Y no entiendo cómo no sienten esta vergüenza ajena quienes se sientan al lado de este rey desnudo y, como en el cuento de Andersen, nadie le explique que, en cuestiones de cabeza, está en cueros y prefieran ensalzar su buen tino a la hora de elegir, en este caso, dianas a las que disparar y derribar. Y tampoco entiendo cómo quienes le sostienen mientras susurran a sus espaldas y se muestran escandalizados, no lo dejan caer por un bien común. Pero son sólo minúsculos pensamientos de una cultureta insomne que sólo sabe disfrutar de “bodrios” y rodearse de compañías insanas. Seguramente por ello daré vergüenza ajena. Ojalá.

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