Opinión

Yo no quiero

Dicen por ahí que en la vida tan importante es saber lo que uno quiere como no tener dudas acerca de lo que no quiere. Y aunque sobre el papel parezca algo sencillo, con el devenir del tiempo se vuelve complejo, porque lo que no es blanco no necesariamente es negro. Los matices son infinitos, por muchas gomas de borrar que se impliquen en la labor. Conocerse es sólo el primer desafío para averiguar nuestras inapetencias, el segundo, y más empinado, es derivar los resultados hacia la cotidianidad. Por alguna razón, o por muchas, sentimos el peso de una extraña culpa que nos traba la lengua para poder, simplemente, decir no.

Canta el poeta Sabina, “yo no quiero mudarme de planeta (…)”. Y yo tampoco.

Y tampoco quiero quedarme anclada a la melancolía permanente de “los tiempos pasados son siempre mejores” porque, aún siendo en parte verdad, no van a volver y hay que seguir caminando. Yo no quiero atarme a amistades que me han olvidado y sólo resurgen una vez al año por un dudoso sentido de fraternidad o por espurio interés. Yo no quiero inventarme mil excusas cuando sólo quiero decir “no”. Yo no quiero trabajos que me quemen la pasión, que tanto me cuesta mantener encendida. Yo no quiero contar mis años para que los demás no se sientan en el derecho de decirme qué puedo emprender, aprender o vestir. Yo no quiero dictaduras de cuerpos perpetuamente jóvenes, medidas de cintura y perfecciones imposibles. No quiero que me digan qué pensar, qué ver o con qué disfrutar. Yo no quiero hablar de enfermedades, ni de héroes, ni batallas, porque al vivirlas poco queda por contar. Yo no quiero imposiciones sobre cómo y cuándo hablar o dónde callar. Yo no quiero prohibiciones de poetas, ni de libros, ni de historia, que me dejen mutilada para entender. Yo no quiero mapas del miedo ni amenazas de futuro que me hagan sentir tan insegura que elija renunciar a mi libertad. No quiero lecciones de moralidad que me alejen de los problemas de los demás. Yo no quiero chantajes emocionales ni siembras de dudas que me tambaleen en la mañana. Yo no quiero que me claven los pies a la tierra porque en algunos momentos querré bailar en el aire. Yo no quiero escuchar eternas quejas ajenas, siempre iguales y siempre llorosas, que me quiten tiempo para reír. No quiero pedir perdón para que los demás se sientan tranquilos, aunque hayan cometido el delito. Yo no quiero prisas innecesarias que me roben momentos únicos para guardar en la mochila que siempre reposa en mi espalda. Y sobre todo, yo no quiero pedir permiso para ser quien quiero ser. Aunque, con toda seguridad, todavía estaré un tiempo buscando falsas disculpas para no decir simplemente, no.

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