Opinión

Stonewall solo fue el comienzo

Una noche en Nueva York. Año 1969. El 28 de junio la policía organiza una redada en el pub Stonewall Inn exigiendo identificarse a todos los presentes, incluyendo la verificación física de su género. Allí empezó todo.

Marsha Johnson, mujer afroamericana transexual, se negó a ceder ante los abusos policiales y encabezó la protesta que daría luz al movimiento en defensa de los derechos de los homosexuales, que continuaría en las siguientes semanas al grito de “Gay Power”.

En nuestro país el movimiento llegará unos años más tarde. Fue en 1977, a los pocos días de la celebración de las primeras elecciones democráticas, el Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) tomarían la calle para reivindicar los derechos de gays y lesbianas, en lo que se conocería como “Marcha de las Ramblas”.

Sin embargo, este movimiento llevaba activo desde 1970, articulándose como una respuesta a la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que aprobarían ese año las Cortes franquistas. Una evolución de la Ley de Vagos y Maleantes, a la que en 1954 se incorporó la homosexualidad. Más tarde se organizaría el conocido como Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH).

Desde entonces España se ha convertido en uno de los países más progresistas en materia de igualdad de derechos LGTBI, aunque el camino hasta el punto actual ha sido largo y arduo.

No han sido pocos los avances. Desde la eliminación del delito de homosexualidad durante el gobierno de Suárez hasta la reforma la ley de escándalo público por González.

Iceta y Antonelli han marcado un antes y un después en el ámbito político. Camino que allá por los 90 tomaría un Pedro Zerolo en pie de guerra, extendiendo la presión a muchas Comunidades Autónomas que aprobarían legislaciones favorables a las parejas de hecho y a su derecho a adoptar en el colectivo LGTBI. Ello se convertiría en el preludio de los hitos históricos que resultarían en la Ley de Matrimonio Igualitario o la Ley de Identidad Sexual, a pesar de un Partido Popular entorpecedor, que continúa con su mantra, si de derechos sociales hablamos.

Pero la senda no ha sido ni es fácil. Son las fobias, la discriminación, el vivir en uno u otro sitio, la gente de mayor edad que se ve apartada de la sociedad o el fallo en la educación en igualdad.

Amar es aceptar que los derechos humanos no se negocian ni dependen de uno u otro gobierno. Que no debemos dar un paso atrás porque la extrema derecha quiera dar un paso adelante. Que las puertas de los armarios no se deben volver a cerrar si no estar más abiertas que nunca. Que cada persona es como quiere ser y que no hay familias con mayor vínculo que otras.

Y termino con unas palabras que el jurista, y también diputado socialista, Luis Jiménez de Asúa empleaba para defender la despenalización de la homosexualidad, allá por 1928 en su obra Libertad de amar:

“El concepto ‘libertad de amar’ significa que los estados no tienen para qué mezclarse en los sentimientos y emociones espirituales de los humanos. La amistad entre personas del mismo sexo o de naturaleza heterosexual tiende entre los individuos lazos que a menudo son eternos, crea deberes que se cumplen sin coacciones legales”.

Que la historia refleja el avance pero que la lucha sigue. Que tenemos que amar a quien nos dé la gana. Sigamos dando pasos, con el orgullo por bandera.

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