Vaciar el trastero por San Xoán

CLAVE GALICIA

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El joven bajó al suelo la caja de seis quintos de Estrella Galicia que cargaba al hombro. Destapó una cerveza con los dientes e hizo la coña de trasegarla de un intento antes de buscar un vaso de plástico en la bolsa que llevaba en la otra mano. Lo llenó con pausa de tirador de cañas y se lo pasó a un colega de la pandilla. El segurata que vigilaba en la escalinata de la coruñesa playa del Orzán se disculpó las seis veces que el tipo se jugó los piños por no haber incluido un abridor entre los utensilios para pasar la noche de San Xoán, pero cumple órdenes de no dejar pasar vidrio o madera propia para quemar en la hoguera.

No hay padres de adolescentes que no consientan, aunque acaben vigilando a turnos a los que vigilan la parcela.

Falta media hora para que a las siete comience con puntualidad el reparto de madera que realiza el Concello de A Coruña. Los chavales han sobado la noche anterior en la playa con el pretexto de reservar parcela y la ilusión de no dormir en casa. Dos si el cuerpo aguanta, por algo es la mejor fiesta del año. No hay padres de adolescentes que no consientan, aunque acaben vigilando a turnos a los que vigilan la parcela.

La peña que baja al arenal abre sin rechistar las bolsas cuando se lo pide el vigilante. Desde el paseo marítimo se aprecia la parcelación en plano hasta Riazor. En las zonas de reparto de leña empiezan las colas para armar una hoguera medida. Personal de prevención de riesgos laborales da las recomendaciones a los repartidores antes de que empiece la faena. “Hace mucho calor, bebed cada cierto tiempo, es mejor repartir despacio, poco a poco...”

La entrega de maderos es ordenada como el tamaño de las cachelas. Y partir de las 22 horas prohibido bañarse por precaución. La escena choca con el recuerdo, no poco más de una década, provocando una sensación contradictoria. La noche de San Xoán era la oportunidad de vaciar el trastero de los muebles amontonados para quemar en la hoguera de la cativa y sus colegas. Los chavales recorrían el barrio pidiendo madera y se las ingeniaban para llevarla hasta la playa. La altura de la cachela reflejaba el curro y todo coruñés se quemó o estuvo a punto de hacerlo en dos etapas: adolescente y padre. El riesgo de puntas entre la arena quedaba al día siguiente. A Coruña empieza a oler a churrasco y a sardinas en un desfase más ordenado.

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