Opinión

Concursar, a tiempo

Los libros, las canciones, la poesía, son fuentes inagotables para sintetizar sentimientos y dibujar emociones. Quiero decir que, muchas veces, describen mucho mejor que nosotros nuestros propios afectos. Cuando empieces a asimilar que solo te rodea gente tóxica, ponte “Gente luminosa” de Arrebato, y cuando sientas un despecho amoroso, no hay como Paquita la del Barrio y su “Rata de dos patas” para darte un subidón. El caso es que acabo de escuchar una canción en la radio que no soy capaz de identificar, pero que iba de conectarte con la vida, de dejar de verla pasar por la ventanilla. “Libérate del gran peso de esa mochila que te impide vivir”, algo así decía. 

La escuché el mismo día que un Juzgado de lo Mercantil de La Coruña me propuso para tramitar un concurso de acreedores de una sociedad que se dedica a la construcción y rehabilitación de viviendas. Uno va cogiendo experiencia con los años, y me consta lo extremadamente difícil que resulta para la raza empresarial tener que dar el trágico paso de cesar la actividad y echar la persiana. Un palazo no se queda en lo meramente empresarial. En la mayoría de casos, el proceso se convierte en un drama personal, familiar, la ruina de todo un proyecto vital que incluso puede acabar con la vida de los socios y propietarios.

 En España han concursado más de 7.000 empresas en 2022, el máximo en diez años, con una subida de un 24% con respecto a 2021. El 96% acabaron en liquidación. Es decir, que solo el 4% de los procedimientos termina con el convenio que permite continuar con la actividad empresarial. Lo grave, lo llamativo, es que prácticamente la totalidad de los concursos acaben en liquidación, malvendiéndose los activos para satisfacer mínimamente a los acreedores y con los socios enganchados a una deuda de por vida. Porque, si bien entrar en concurso limita las deudas al ámbito societario, la realidad es que el empresario siempre termina por comprometer su patrimonio familiar, dando garantías personales para intentar seguir financiándose a la desesperada. De esa manera, los acreedores pueden seguir dando continuidad a sus ejecuciones aun con el concurso concluido. 

Hay un momento en la vida que hay que parar y decir basta. Además de poner límites a las personas, hay que hacerlo también con las empresas, por mucho que duela el truncar una tradición o saga familiar empresarial. Descargar esa mochila, cerrar un capítulo, se pueden abrir mil más. Conozco la raza empresarial, incapaz de parar, resistente a todo. Hay que sacudirse la vergüenza, el estigma social. Sin llegar al concurso ahogados hasta el cuello. Os necesitamos después, libres, activos, pujantes, creadores de riqueza.

Que disfruten con salud de lo votado.

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