Opinión

Tascas y vinotecas

No tenemos remedio. Como dice un buen amigo, habría que bombardear algunas zonas de costa con napalm. Con todos dentro. Y repoblarlo inmediatamente con noruegos, porque está seguro de que nosotros volveríamos a hacer lo mismo. Papanatas hasta el fin.

Hace algunos años voy a Portugal con cierta asiduidad, y cada año percibo una progresiva deriva hacia una modernidad mal entendida que me angustia. Si quieren, que pregunten. Si se empeñan, podemos enseñarles cómo se hace. Nos sobra experiencia. Ya hemos destruido casi toda la costa española, antes mágica, para convertirla en la costa de los horrores. Como nosotros, temo que tengan cierto complejo de inferioridad frente al guiri centroeuropeo. Y con ello, ciertas ganas de salir de su tardío acceso al progreso. Pero es tan solo una alteración de la realidad.

Gran parte de Portugal, así como la Costa da Morte, por decir dos lugares con los que tengo un vínculo especial, tienen todavía cierto margen de salvación si no seguimos empeñados en destruir lo diferente y auténtico, para tratar de parecernos todos en todo. Quería cerrar aquella esquina del jardín, y rápidamente me contuve: “Quito parao. Busca a tu alrededor, imita la arquitectura de tu entorno en casas de la misma época. No innoves. Pacta con la esencia de lo tradicional”. 

Los lugares tienen su identidad propia. Sin embargo, allá y acá, ya solo se construyen como churros esas frías e impersonales casas-cubo que solo revelan nuevos terrores, nuevas trampas y nuevas formas de morir. Ese posmodernismo snob que arrasa con las casas tradicionales y hace una mala caricatura del buen gusto. ¿No se darán cuenta los portugueses que su verdadero e inigualable atractivo es su forma de vida, sus costumbres, su buena vecindad y esa sensación de estar parados en un momento maravilloso de hace sesenta años? ¿Y que eso es incompatible con imitar a nadie, porque esa es la identidad que les diferencia y nos fascina? ¿No se darán cuenta los alcaldes de que lo que nos gusta de verdad de la Costa da Morte es ese cierto carácter libre y salvaje que el nordeste le curte desde generaciones?

Dame la terraza con mesas de aluminio y sombrillas del Dépor, la sorna del hostelero, las playas infinitas, los olores, el “hoy no se fía”, las tiendas de barrio, la nécora y el tomate de casa, el feísmo, el puto viento,… el “bom dia” y las “boas tardes” de sonrisa. Quédate con los parkings, los paseos marítimos, las franquicias, los gastro bares, la sofisticación, las concept stores, la vinotecas, las motos acuáticas, las bakery, el no-pan, la masificación, el ruido,… el impersonalismo. Stop a ese progreso. No es tal. Es más de lo mismo; previsible e indeseable monotonía.

 Que disfruten con salud de lo votado.

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