Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
La imagen de que los libros nacen del alma solitaria de un escritor, tiene mucho de verdad pero también algo de injusticia. Porque los grandes libro tienen dos autores: el que lo sueña y escribe y el que afina su presentación.
Esto es lo que sucede con la extraordinaria edición de la Universidad de Santiago (USC) “Un día de guerra (Visión estelar). La Media Noche. Visión estelar de un momento de guerra” de D. Ramón Mª del Valle-Inclán. Escrito por quien no puede ser considerado más que de genio y editado por las manos cuidadas y expertas de un gran profesional. Me refiero a Juan Blanco Valdés, Director del Servicio de Publicaciones de la USC quien, a pesar de no firmar en la portada, su huella está presente en cada una de las páginas.
Hay libros que se escriben con tinta y otros, como este, que parecen redactados con la sangre coagulada del tiempo. Valle-Inclán se asoma en esta obra al abismo de la guerra y nos presenta sus sombras y las fauces que todo lo devoran. Aquí no hay épica, ni patria, ni redención. Lo que hay es una contemplación alucinada de la miseria humana vestida de uniforme. D. Ramón Mª, al que nunca sedujo el realismo burgués, tampoco cede aquí a la condena moralista. Su mirada nos ofrece una visión de la guerra, convertida en símbolo no sólo de la decadencia moral de Europa, sino de la perenne incapacidad del ser humano para entender el dolor ajeno.
Lo más inquietante es que su “visión” resuena con una actualidad feroz. El conflicto retratado no ha envejecido y simplemente ha cambiado de escenario. La retórica vacía, la carne joven devorada por la violencia... persisten hoy en día.
Hay guerras que se libran con fusiles y otras con el alma. De ahí que, de lo que realmente nos hablan estas obras, es en el fondo de la condición humana, en su forma más arcaica de violencia: el ser humano condenado a matarse a sí mismo
Leyendo al maestro, no he podido dejar de pensar en “Senderos de Gloria”, la obra maestra de Stanley Kubrick. Ambas bien podrían haber sido concebidas una frente a la otra, como dos espejos enfrentados, reflejando el horror sin fin de la guerra y su maquinaria implacable. En ellas no hay proclamas, sino una lúcida descomposición del discurso del heroísmo. Valle-Inclán, contemplando lo que sucede en las trincheras denuncia la brutalidad y el sinsentido de la guerra con un tono grotesco y burlón. Mientras que Kubrick, con la fría precisión de un bisturí, pretende diseccionar la deshumanización del sistema militar. Todo ello desde el realismo emocional y ético, con un tono contenido y dramático, que estalla en el rostro de Kirk Douglas y en la mirada temblorosa de la joven alemana obligada a cantar al final.
Hay guerras que se libran con fusiles y otras con el alma. De ahí que, de lo que realmente nos hablan estas obras, es en el fondo de la condición humana, en su forma más arcaica de violencia: el ser humano condenado a matarse a sí mismo.
Ambos creadores desenmascaran la ilusión de nobleza que envuelve la guerra. Detrás del discurso heroico solo hay hombres asustados, mutilados por la obediencia. La guerra no los transforma, sino que nos revela lo que son cuando se les cae la máscara: un animal asustado con uniforme, obligado a matar para no ser devorado. No se recrean en el cinismo, sino en la tragedia, la misma que resonaba en Esquilo y en Shakespeare, la del ser humano que, sabiendo lo que está mal, sigue caminando hacia el abismo.
Valle-Inclán y Kubrick no nos ofrecen respuestas. Nos entregan una mirada. Y cuando se contempla la guerra con tanta lucidez, ya no se puede volver a mirar el mundo de la misma manera.
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