Opinión

¡Aleluya!

Aleluya Señor, bendice a nuestro alcalde!

Vale. Los evangélicos ya están aquí. Yo llevaba tiempo advirtiéndolo, pero como soy tan pequeñito y tengo tan poca voz nadie me hacía caso. 

En mi calle de Vigo, en menos de treinta metros, al lado de mi casa, hay tres iglesias, una católica de capuchinos y dos evangélicas distintas que supongo serán iguales al final. Una se llama Iglesia de los Santos de los Últimos Días, y la otra Iglesia de no sé qué de Cristo. No las distingo y para colmo están en portales contiguos.

Hace años una de esas iglesias fue de negros, ya no lo es. Venían negros a misa creo que de toda Galicia. Me encantaba los domingos por la mañana salir a la calle y encontrarme a docenas de familias negras vestidas de domingo, espectaculares. Y después tener las ventanas del salón abiertas mientras yo escribía escuchando sus cánticos por el patio de manzana trasero, puro Gospel precioso. Pero hace tiempo que los negros desaparecieron, supongo que la iglesia cambió de onda y ya no hay eso. Ahora solo hay blancos, sudamericanos sobre todo. Y no cantan nada. ¡Qué pena! Podrían cantar Guantanamera ¿no?

El alcalde de Madrid, Martínez Almeida, un señor especialista en estrellarse contra lo que sea como el Coyote del Correcaminos, nos ha puesto a los evangélicos encima de la mesa para que los viéramos bien, antes estaban debajo.

Que el PP madrileño les dé espacio, micrófono y visibilidad como hizo el otro día en ese acto del partido a un grupo de religiosos tan desquiciados como imanes iraníes, debería hacernos pensar. Algo va mal aquí. Algo huele a podrido en Dinamarca. Y esto solo es el principio.

La exaltada proclama de esa señora evangélica que todos vimos por la tele y que como tantos telepredicadores seguro que tiene catorce Rolls-Royce en el garage, y en su conciencia cientos de chavales y chavalas gays, lesbianas, no creyentes o discrepantes destruidos psicológicamente por su religión, glorificando a Martínez Almeida a gritos “¡Aleluya Señor, bendice a nuestro alcalde!”, debería hacernos pensar. Porque eso es como diría algún personaje del gran José Luis Cuerda en una de sus pelis “la estupidez por antonomasia”. Parece de cómic. Confiemos en que el sentido del humor e ironía españoles nos libren de eso que viene, porque la escena es delirante por mucha sonrisita que ponga Almeida para la cámara.

Y es que a él le da igual pegarle un balonazo sin querer a un inocente chaval que pasaba por allí, que caerse con todo el equipo y todo el ridículo en una cama elástica. O sea, como el Coyote. De hecho si lo piensan se parece bastante al Coyote, un tipo pequeñajo, escurridizo y artero que rehuye la mirada y siempre está tramando su próxima fechoría.

Yo a ese alcalde le dedicaría cariñosamente una frase que dijo a gritos esa telepredicadora invitada suya en un momento de su discurso: “¡Que te abrase el Espíritu Santo!”.

Te puede interesar