Opinión

Felipe Séxpir

Al rey Felipe VI le está tocando pasar a la historia casi como un personaje de Shakespeare (pronúnciese “séxpir” como adelanté en el título). 

Una especie de Hamlet príncipe de Dinamarca. Un monarca que voluntariamente se aparta de casi toda su familia excepto de su madre (supongo que su madre Sofía será la reina Gertrudis), al descubrir que todos conspiran contra él. Un personaje solitario, torturado por sus propios fantasmas y pesadillas, y al que en las terribles noches de insomnio acosará el deseo salvaje e inhumano de matar a todos sus parientes y acabar con todo de una vez.

El Macbeth rey de Escocia, igualmente me refiero al de Shakespeare, también le va a nuestro rey por distintas razones. En este caso porque la intrigante Lady Macbeth sería, claro está, la reina Letizia. Y los personajes de las brujas-hermanas que dan inicio a la obra precisamente las hermanas de Felipe, Elena y Cristina. Y es que Shakespeare, ¡uuuh!, no daba puntada sin hilo. Léanlo.

Otro personaje de la fabulosa obra del dramaturgo inglés que quizás le vendría al pelo a Felipe VI podría ser Ricardo III, si bien este en realidad no le pega tanto porque Felipe no es feo, deforme y repulsivo como aquel, y no parece gay ni de lejos aunque se dejara fotografiar una vez en la portada de la revista Shangay, eso sí, no en tanga sino correctamente vestido como corresponde a su cargo.

Por supuesto que en esta historia disparatada que me estoy inventando ahora mismo sobre la marcha, hecha de crímenes, envidias, puñaladas, traiciones, truculencia y poder, nuestro rey emérito Juan Carlos I sería el rey Lear, aquel rey de Bretaña que siendo anciano abdica y deja el trono a sus tres hijas Gonelinda, Regania y Cordelia, si bien ninguna de ellas está a la altura de lo que espera su padre, lo que a él le produce una gran decepción que al final el pobre hombre solo cura un poco, más o menos, con el exilio.

La consecuencia de eso es que Lear, desengañado del mundo y de sus falacias y mentiras, dedica los últimos años de su vida tan solo a las regatas y a comer percebes en Bueu y pulpo en la Illa de Arousa. Un casi glorioso final para un tercer acto que Shakespeare nunca hubiera podido soñar.

Yo tengo un querido amigo que es de la Illa. Hace unos cuantos años me invitó un día a su casa una vez. Bueno a su casa no, en realidad fue a casa de su abuela. Y su abuela, una mujer cariñosísima y encantadora, nos obsequió en una comida con ese pulpo guisado típico de Arousa y que solo saben hacer allí de esa manera tan especial. Entonces entendí a Shakespeare por fin, y entendí al rey Lear, y entendí a todos esos otros malditos reyes torturados, asesinos y locos que retrató el de Stratford-upon-Avon.

Yo también mataría por ese pulpo. Lo juro.

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