Opinión

UGANDA, ESPAÑA, SENEGAL

Hace unas semanas firmé una petición de Change.org solicitando al Gobierno español que presione al de Uganda, para que no apruebe una ley que tramita el parlamento ugandés actualmente. Una que castiga la homosexualidad con penas que van desde catorce años a cadena perpetua e incluso pena de muerte para los reincidentes (supongo que con penas así la reincidencia se dará siempre entre rejas). La ley hasta contempla siete años de cárcel solo por tener un libro de temática gay en casa.


He echado cuentas ojeando mi biblioteca por encima y entre Tennessee Williams, Carson McCullers, Oscar Wilde, Mary Renault, Cocteau, Genet, Virginia Wolf o Mishima; por no hablar de poetas como Rimbaud, Cernuda, Aleixandre, Lorca, Walt Whitman o Cavafis, yo mismo no saldría de la trena en la vida.


La ley está impulsada por comunidades anglicanas evangélicas de los EE.UU., muy poderosas en Uganda. ¡Menudos elementos! Me pregunto qué evangelio habrán leído. Y eso que el jefe de la Iglesia Anglicana es la reina de Inglaterra, creo: The Queen. Pero el asunto no es broma. En muchos países subsaharianos la ignorancia de unos supone para otros la muerte. Cosas parecidas ocurren en los vecinos Ruanda o Burundi.


La homosexualidad es un tabú en África. En todo el continente, solo en los territorios españoles, Canarias, Ceuta y Melilla, los homosexuales tienen derechos reconocidos. Quizá los españoles somos mejores de lo que creemos o de lo que nos quieren hacer creer. Una vez hace años charlando (en realidad discutiendo), con un venezolano impresentable obsesionado en recriminarme el expolio de América como si fuera culpa mía, al final harto le solté: 'Muchacho, fue tu bisabuelo el que violó a tu bisabuela. No el mío. El mío estaba en España, tan ricamente.'


Los españoles nos menospreciamos, pero lo cierto es que no fuimos en América como los belgas en el Congo; ni como los franceses en Argelia; ni como los ingleses en India o China. Nosotros nos casábamos con las nativas. Y lo primero que hicimos al llegar allí fue poner una universidad (San Marcos, Lima, 1551). Y no para los españoles, que ya iban estudiados de acá. Quizá la legislación de la homosexualidad en África hoy nos diga otra vez algo sobre nosotros. Algo importante.


El otro día conocí a Saer, un chaval senegalés. Intentó venderme, sin éxito, una película. En realidad ya había hablado con él en alguna otra ocasión pero ese día yo estaba en una terraza y lo invité a comer. Saer es divertido y charlatán. Habla un horrible y simpático español lleno de chistes que no entiende ni él mismo. Llegó aquí en una patera. Vende deuvedés por la calle. Mientras yo tomaba un café y lo veía devorar con fruición unas judías con patatas y huevo cocido, me pregunté si Saer sabría algo de este asunto. Seguramente no. Doy por hecho que no es homosexual. En su país, Senegal, le caerían cinco años de cárcel solo por eso.

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