Opinión

LA CACERÍA ARGENTINA

A grandes rasgos, el mundo se divide en cuatro tipos de países: los ricos o desarrollados, los pobres o subdesarrollados, Japón y Argentina. Aunque la suscriba, la frase no es de quien escribe. Es de Paul Samuelson, premio Nobel de economía de 1970, que sintetizaba entonces de un modo tan meridiano, cuatro tendencias de desarrollo geográfico internacional, reservando las únicas referencias aisladas para dos países de evolución contrapuesta a lo largo del siglo XX.


La humillante derrota sufrida por Japón en la Segunda Guerra Mundial sumió al país en una situación de extrema dificultad que, sobre la base de tasas de ahorro e inversión extraordinarias, dio paso inmediato a profundos cambios estructurales. Y a un crecimiento fuerte y persistente (casi tres veces superior a la media mundial durante dos décadas) que, ya a mediados de los 70, situó su PIB en el tercer lugar mundial, y la renta per cápita a la altura de la europea occidental.


Si el japonés ha sido un ejemplo de cómo crear riqueza en poco tiempo, del argentino sólo podemos aprender a destruirla. Como tanto gusta recordar en nuestro país hermano, Argentina figuraba, a comienzos del siglo XX, como el quinto país con mayor renta per cápita, sólo por detrás del Reino Unido, Estados Unidos, Australia y Francia, por este orden. Tanta opulencia encontraba su explicación en la disponibilidad de recursos, la apertura externa a su producción agropecuaria y la apertura interna a la mano de obra y el capital foráneos. Factores finalmente estrangulados por un largo historial de indisciplina fiscal y de ausencia de políticas públicas destinadas a diversificar la base exportadora y a fortalecer el sector privado; aderezado todo ello por una fatídica secuencia de deflaciones e hiperinflaciones, digna de un laboratorio monetario. La Argentina actual, aislada desde hace una década de los mercados financieros internacionales, es un ejemplo de crédito a cambio (sólo) de promesas, y de popularidad a cambio (siempre) de soflamas nacionalistas. Es un paradigma de la inseguridad jurídica y del proteccionismo selectivo, tantas veces rememorado y de nuevo reivindicado y enaltecido, que lidera -junto con Bolivia, Cuba y Venezuela- indicadores continentales de represión a la libertad económica y empresarial. Y es, en definitiva, un país que acaba de pegarse otro tiro en el pie queriendo, esta vez, cobrar un elefante económico en la selva europea.

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