Opinión

UNA COMUNIDAD DE CULPABLES

Una de las fuentes de conflicto familiar, empresarial y social más comunes es la derivada de una incorrecta asignación de responsabilidades. En este sentido, y por lo que a la crisis se refiere, la sociedad española parece tenerlo claro. De acuerdo con el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas del pasado mes de diciembre, el 70,4 por ciento de los encuestados considera a los bancos los primeros responsables del deterioro económico de nuestro país, con 8,68 puntos en una escala comprendida entre 1 y 10; por delante de la situación económica internacional, el Banco de España o el propio Gobierno, por poner otros tres chivos expiatorios.


Pocos dudan, a día de hoy, del agravante inmobiliario de la crisis en su versión doméstica. Y de lo improbable de su dramático devenir sin la concurrencia del fervor bancario. En efecto, bancos y cajas colaboraron por partida múltiple: crecieron en tamaño y resultados gracias, fundamentalmente, a financiar a quien promovía, a quien construía y a quien adquiría lo promovido y construido. Del bum se beneficiaron, por supuesto, las empresas del sector, y un sinfín de intrusos y oportunistas. Pero también los sectores auxiliares, y otros sectores afines: sociedades de tasación, compañías de seguros y agencias de rating encontraron en el ladrillo un jugoso negocio del que ahora reniegan. Y al que tampoco fueron ajenas las familias y las Administraciones públicas, socio sempiterno de toda iniciativa empresarial. La inflación inmobiliaria erradicó el desempleo y alimentó el efecto riqueza entre las primeras, para sentar la base de un consumo ciertamente desaforado. Al tiempo, cebó muchos de los capítulos de ingreso de las segundas, también beneficiadas por la democratización del crédito y la generalización del acceso a la vivienda, con el consiguiente ensanchamiento de la base social del país.


Todos y cada uno de nosotros alentamos, en mayor o menor medida, comportamientos racionales desde el punto de vista individual, pero irracionales y tremendamente peligrosos desde la óptica colectiva. Con consecuencias que hoy hacen de aquella frágil comunidad de intereses una lastimosa comunidad de culpables.

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