Opinión

CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL

Hace justo un año, cuando desapareció el Códice Calixtino, empecé a compartir con ustedes esta columna que La Región ha puesto tan generosamente encima del inimitable y genial Carrabouxo. Y lo hice con un artículo sobre el Códice que se titulaba 'El robo de la jojoya'. Uno en el que satirizaba a tantos expertos en todo que nos inundaron con sus sesudas opiniones aquellos días con motivo del suceso. Apuntaba yo entonces que quienes se apresuraban a criticar al deán acusándolo de negligencia, obviaban al mismo tiempo el hecho de que el deán había custodiado el Códice a la perfección durante ocho largos siglos. Pocos museos y mucho menos ninguna empresa de seguridad pueden presumir de un currículum así. Y concluía con admiración 'Un robo en ocho siglos: ¡Chapeau, señor deán!'.


Pues bien, esas últimas palabras no eran irónicas. Eran en serio. Las repito hoy. ¡Chapeau, señor deán! Y chapeau a la policía y al juez. Gracias a todos. Dicho esto y como el Códice ya está a salvo, pasemos al artículo de hoy.


¿En qué momento se había jodido el Perú? es una famosa frase del principio de 'Conversación en La Catedral', la novela de Vargas Llosa considerada por la mayoría y por él mismo la mejor de todas las suyas. La frase la piensa Santiago Zavala, el protagonista, mientras pasea por la avenida Tacna. Yo creo que Manolo el electricista, que se paseaba por la Catedral como Perico por su casa, habrá rumiado mil veces y mil noches frente a la Corticela una frase parecida a esa ¿en qué momento se había jodido todo? El paralelismo podría estar en que La Catedral de Vargas Llosa no es una catedral de verdad, sino un bar feo y miserable muy parecido a la desfeita de garaje que Manolo tenía en Milladoiro.


Pero entiendo a Manolo. El pobre se vio prejubilado contra su voluntad, sin trabajo, sin nada que hacer y se buscó un hobby para llenar el tiempo. Para entretenerse. Y el hobby en el fondo era bastante inocente. Muchos jubilados van a ver obras. Manolo iba a misa todos los días y después se dedicaba a cambiar cosas de sitio. Un libro de Horas para acá, diez facsímiles para allá, la custodia me la llevo, unas cuantas monedas para la casa de Sanxenxo, el Códice lo paso al garaje y los dólares de los cepillos de momento los traslado, ya veré después qué hago con ellos. ¿A quién hacía daño con eso Manolo? A nadie.


A mí de toda esta absurda e incomprensible historia, lo que más me ha llamado la atención hasta casi enternecerme ha sido el robo de los cepillos. Manolo el electricista me ha recordado un poco a aquel maravilloso ladrón portugués, que robó las limosnas del Bom Jesús de Matosinhos y dejó una nota manuscrita dentro del cepillo vacío que decía: 'Perdoa Bom Jesús, eu preciso mais que você'.


Pero Manolo ¡qué lástima!, no dejó ninguna nota.

Te puede interesar