Opinión

CRISIS PORTUGUESA Y CRÉDITO ESPAÑOL

Salvada -así nos quieren hacer creer- Grecia, parece haber llegado el turno de Portugal, en una secuencia que se antoja repetitiva y -por el desgate anímico y social que implica- incluso macabra. No obstante la expectativa generada por el segundo rescate griego, la rentabilidad exigida a los bonos portugueses a 5 años no parece haberse relajado en absoluto: se mantiene asentada por encima del 15 por ciento. Nivel al cotizaban los bonos helenos a igual plazo cuando comenzó a escribirse el guion de una quita histórica, tan grande como pequeños los problemas que ha resuelto. Y que, sin las muletas comunitarias, hace insostenible el regreso de las finanzas lusas a los mercados, en su momento estimado para el final del presente ejercicio.


España es uno de los países más expuestos a la crisis portuguesa. Por los profundos lazos territoriales, históricos, culturales y comerciales que unen a ambos países. Pero -llegados a este punto- fundamentalmente porque el nuestro es, en su conjunto, el principal acreedor de Portugal. Y la banca española, la más comprometida. Según el Banco de Pagos Internacionales, los bancos y las -cada vez menos- cajas de ahorros españolas acumulan en sus balances un ingente volumen de deuda, pública y privada, del país vecino. Pensemos, sin entrar en el detalle de las magnitudes absolutas, que se trata de alrededor de un tercio de los compromisos que Administraciones, empresas y -en menor medida- familias de aquel país han contraído frente al sector financiero internacional, y cerca del 40 por ciento de la deuda reconocida frente a toda la banca europea. Sólo las entidades del eje francoalemán acumulan un volumen de riesgo similar.


Esto explica que la bolsa española, especialmente el índice sectorial financiero, recibiera con alzas generalizas la dimisión del primer ministro Sócrates, de la que hoy se cumple un año. Y que de igual modo celebrara, apenas dos meses después, la aprobación del plan internacional de rescate, cifrado en 78.000 millones de euros. Hoy, por el contrario, nuestros más selectos índices -también la prima de riesgo- cotizan a la baja una restructuración a la griega del deterioro portugués. Lo que conduciría a que bancos y cajas se vieran obligados a asumir pérdidas adicionales a las que obliga a reconocer el Decreto de saneamiento del sector financiero. Y a incrementar, una vez más, capital para reforzar solvencia. A demorar, en definitiva la recuperación del crédito.

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